Jane Doe: de tinta y papel

Jane Doe

Jane Doe
¡Bienvenidos! Les explico un poco de qué va el blog: «Diario de una Jane Doe» es el espacio que encontré para dejar salir todo eso que me gusta o lo que no, lo que me molesta o lastima, y lo que amo, los invito a hacer lo mismo en los comentarios. En «Rincón Literario» encontrarán «Recomendaciones» donde recomiendo libros, «Hablemos de…» que es un espacio para charlar sobre temas relacionados a la literatura incluyendo noticias sobre el mundo literario, en «Libro del mes» podemos charlar sobre un libro específico elegido para ese mes; «Conociendo autores» es un lugar para hacer eso exactamente, conocer un poco de los grandes autores detrás de las letras. Bajo el título «De Tinta y Papel» voy a subir unos relatos/cuentos/historias cortas que escribo. Por último, en «Rincón de entretenimiento» tenemos, por un lado, «Series de TV» donde podemos recomendar y hablar de series, y en «K-dramas» hacemos lo mismo que con series pero esta vez de dramas coreanos :) Espero que se queden, ¡y que empiece el viaje!
Mostrando las entradas con la etiqueta de tinta y papel. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta de tinta y papel. Mostrar todas las entradas

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Pelea de hermanos
diciembre 11, 20190 Comments









—¿¡Por qué tengo que ir yo?! ¿¡Por qué no se levanta de una buena vez y hace algo, para variar?! —me quejé apuntando con las manos al «convaleciente» tirado en el sofá.

—¡Porque está mal y tiene que hacer reposo! —respondió mamá molesta recogiendo la ropa y envoltorios de comida tirados por todo el piso.

El muy maldito sonrió triunfante sin despegar los ojos de la pantalla de su estúpido celular. Hacía días tenía que aguantarme al sociópata ese, que no servía para otra cosa más que para hacer mugre, jugar en su celular, cansar más de la cuenta a mamá y joderme más de lo humanamente soportable. Sin importar las veces que hablara con mamá, ella nunca me escuchaba.

—¡Pero qué va a estar mal ese! Si apenas fue un golpecito.

—Tu hermano fue víctima de un accidente fatal —vaya manera de darle color—, es un milagro que saliera con vida. No todos tienen esa suerte —agregó en voz más baja—. Así que ahora haceme el favor y andá a traerme lo que te pedí.

Puse los ojos en blanco pero le hice caso. De camino le saqué la lengua al maniático, que no lo vio porque ni me estaba prestando atención. Salí de la casa echando humo.

—¡Tomá la lista! —gritó ella corriendo detrás de mí cuando apenas había cerrado la puerta.

—No me iba a olvidar de nada.

—Sí, claro.

Soltando un largo suspiro agarré la lista de compras y seguí mi camino. Era una mañana agradable la de aquél sábado. Al llegar a la esquina me encontré con mi mejor amiga y vecina que estaba sentada en el frente tomando mate con su madre.

—Buenos días —saludé.

—Buenos días —respondieron—, ¿qué hacés levantada tan temprano? —siguió ella.

—Ni lo menciones. Voy a la carnicería, ¿me acompañás?

—¿Puedo? —le preguntó a su madre que a pesar de poner mala cara, accedió a regañadientes. Una vez estuvimos lo suficientemente lejos de su casa me hizo la pregunta que tanto había estado esperando por hacer—. ¿Me vas a contar de una vez por todas lo que pasó?

—Es que no tuve un minuto de paz, resulta que ahora soy la enfermera del loco. Ya sabés bien cómo es la cosa.

—Pero entonces, ¿la historia oficial es la verdadera o no? ¿Qué fue lo que pasó?

Tome una profunda respiración antes de empezar a contarle lo que realmente había pasado.

—Bueno, ahí estábamos en la plaza después de haber roto las pelotas por una hora de que quería ir y que quería ir. Mamá dijo que como hermana mayor tenía que llevarlo yo porque ella estaba ocupada —solté un bufido—. ¡Ya tiene siete años, es un niño hecho y derecho! Yo a esa edad podía hacer todo solita.

—Si vos decís…

—Como sea. Resulta que a los cinco minutos se aburrió y como era de esperarse, me empezó a joder. Desde que nació siempre me quita todas mis cosas y no aguanta no ser el centro de atención en todo momento. Yo estaba metida en mis asuntos, tratando de ignorarlo, y de la nada el pesado me lo quitó y se fue corriendo, obviamente, salí corriendo atrás de él. Lo agarré justito cuando iba a cruzar la calle, ¡sin siquiera mirar a los costados! Mirá, lo hubiera dejado y me hubiera ahorrado el trabajo. Fui a quitárselo pero lo tiró a la calle, ¡quién le dio permiso si era mío! ¡Y el monstruo ese me intentó empujar a mí después! Pff, olvidate.

—Pará, pará, entonces, ¿él causó el accidente? ¿Y te empujó? Pero fue a él al que chocaron.

Me encogí de hombros.

—Leí sobre el instinto de supervivencia, algo de eso me pasó. Pensé: «mejor él que yo». Así que lo tiré en frente del auto también.

—¿¡Trataste de matar a tu hermano?!

—No… bueno, sí, pero no resultó, así que no cuenta.

—¡No digas esas cosas!

Llegamos a la carnicería. Cerrada.

—¡Lo que faltaba! —me quejé.

—Ah, pensé que ibas a la otra —murmuró.

—No, ¿por? Queda más lejos.

Me quedó mirando por un rato con ojos grandes.

—¿Cómo que «por»? —como seguía sin explicarse me limité a devolverle la mirada sin hablar—. ¿No sabías? Él era el nieto de los dueños.

—Sí, ¿y?

—Y… que se murió —respondió en voz más baja.

—Ya sé, gran cosa.

—Esperá. Si ustedes tres estaban juntos… ¿En qué parte entra el nieto en todo esto?

—Si era eso por lo que peleábamos.

Reading Time:

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Agua y Aceite
noviembre 27, 20190 Comments









Impaciente, fulminé al semáforo con la mirada. El muy maldito seguía sin decidirse a cambiar a verde.

—Cuando quieras, amigo. Si no hay apuro —murmuré golpeando el con el pie.
Apenas cambió de rojo a verde salí disparada hacia adelante. Con la cara bañada en sudor y el pelo revuelto entré a la iglesia. La señora ya estaba allí con el mentón en alto, lista para reprocharme.

—Llegás tarde.

—Encantada de verte también, mamá.

—¡Mirá tu cara! Tenés el maquillaje todo corrido, ¿¡y qué le pasó a tu pelo?!

—Dicen que no hay que opacar a la novia —dije entre dientes mientras empezaba a quitarme el abrigo.

La mujer soltó un grito ahogado al ver lo que tenía debajo de él.

—¡Por Dios! No te lo saques —ordenó impidiéndome quitármelo—. ¡Qué horror! No tenías esa cantidad de tatuajes la última vez que nos vimos.

—Sí, bueno, muchas cosas pueden pasar en tres años. ¡Mirate a vos! Ya vas por tu cuarto esposo. Felicitaciones, y mil gracias por la invitación del casorio.

—Sabía que no irías —eso seguro—. Andá que tu hermana hace horas te está esperando.

Puse los ojos en blanco pero me ahorré el comentario. Fui hasta el cuarto en donde la tenían encerrada.

—Wow —solté al ver el pomposo vestido blanco.

—Sacá esa cara de asco y vení a ayudarme —cautelosamente me acerqué a ella—. ¿Cómo es que no te prendiste fuego al entrar?

Intercambiamos una mirada, recordando la primera y hasta ahora única vez que había entrado a una iglesia. Le sonreí.

—Los santos hicieron una excepción por el día.

Soltó un suspiro teatral.

—Mil gracias santos —agradeció mirando al techo.

—¿Y te responden? —le pregunté mientras le ponía el velo.

—Nunca.

—¿Por qué te vas a casar —al ver su expresión me apresuré a agregar:—… en una iglesia? ¡Y encima católica!

—Él es creyente. ¿Qué? No me mires así. Que mis metas no sean las mismas que las tuyas no quiere decir que no sean menos importantes.

—A menos que planees matarlo en tu noche de bodas y robarle toda la plata, entonces sigo sin entender.

Me puso los ojos en blanco.

—Igual que vos, hago mi mejor esfuerzo por no seguir los pasos de nuestra madre.

Solté una carcajada. Muy pocas veces hacía comentarios como esos. La miré repentinamente seria.

—¿Creés que la policía alguna vez encuentre evidencia en su contra?

—Arreglate un poco—pero nunca la seguía con otro comentario—, sos mi dama de honor —me tomó del brazo posicionándome frente al alargado espejo —. ¡Y sacate eso!

Con eso empezó a sacarme la gabardina.

—Mamá me obligó a dejármela. Tenía miedo de que mis tatuajes mataran al cura del horror o algo por el estilo.

—Esa mujer exagerada.

Mientras ella trataba de arreglarme el pelo, yo la observaba en silencio.

—¿De verdad es lo que querés?

—Ay, no empieces…

—Lo digo en serio. ¿Nadie te está obligando a hacerlo?

—No, y de ser el caso, ¿qué harías vos? ¿Matarlos?

—Ah, bueno —pestañeé—. Yo en realidad estaba pensando en algo menos extremo como fugarnos. Pero esa oferta de años atrás sigue en pie hasta la eternidad, no me molestaría ensuciarme las manos.

—¡No sigas! Sos ridícula a veces.

—Gracias. Pero sabés que estoy acá para lo que necesites, ¿no?

Ella tomó mi cara entre sus manos, clavando sus ojos en los míos con fijeza.

—De verdad quiero hacerlo —una pequeña casi sonrisa apareció en sus labios rosados—. Yo…

—Bien, te creo —la detuve antes de que dijera la palabra con «a»—. Entonces vamos.

Nos paramos erguidas una al lado de la otra.

—Agarrame bien del brazo, no quiero caerme en frente de todos.

—No te preocupes. De última me tiro al piso con vos.

Volvió a ponerme los ojos en blanco y salimos de la habitación tomadas del brazo.

Reading Time:

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El grano de la discordia
noviembre 13, 20190 Comments









Los volcanes se generan debido al choque entre dos de los Cuatro Elementos; estos solo pueden hacer erupción cuando las especies de Tierra y Fuego se enfrentan. Algunos creen que estas guerras son cosa del pasado y si bien antes estas batallas sucedían con más frecuencia, no quiere decir que hasta el día de hoy no se mantengan.

Todo se remonta a la época de los dinosaurios, o eso aseguran algunos historiadores. El suceso que desató el conflicto fue que en una fiesta real de los Cuatro Elementos, una llama de la nobleza le robó un grano de arena familiar a la vieja Madre Tierra. Si bien las piedras aseguran tener ciudadanos que presenciaron dicho crimen, jamás se supo quiénes eran estos presuntos testigos. Durante milenios la comunidad de llamas viene negando dichas acusaciones, pero al no existir pruebas tanto de un lado como del otro, es su palabra contra la de ellos. Las cosas salieron de control cuando Madre Tierra ordenó la extinción de dicha llama a manos de sicarios del Reino Acuático. Desde entonces la guerra milenaria no se ha detenido.

Hace minutos recibimos información de que las Fuerzas del Viento podrían estar negociando, nuevamente, por algunas décadas de paz. Por el bien de todos, esperemos, tengan suerte y así obtener algunos años de tranquilidad antes que la guerra continúe y con ella, la destrucción de amabas civilizaciones.

Reading Time:

jueves, 31 de octubre de 2019

Viene de Familia
octubre 31, 20190 Comments









—No sé qué tanto te arreglás la ropa —le dijo divertido —, estás bien.

—Sí, bien nerviosa.

El chico se limitó a largar una carcajada. La puerta de la entrada se abrió ante la joven pareja, revelando a la señora Lester, una mujer muy bien arreglada y sofisticada, de pelo grisáceo y cálida sonrisa. La chica respiró hondo, haciendo su mejor esfuerzo por devolverle la sonrisa.

—¡Hola, ma! —saludó alegremente el chico.

—Hola, hijo —respondió ella, dando un paso adelante y abrazándolo con fuerza. Se separaron y la señora se giró hacia la chica—. Encantada de finalmente conocerte, Teresa.

—I-igualmente —tartamudeó.

La señora de la casa la recibió con un abrazo tan afectuoso como con el que había recibido a su hijo. Esto tomó por sorpresa a Teresa que no estaba acostumbrada a las muestras de afecto. Al separarse, intercambiaron una mirada con su novio que le sonrió en respuesta.

—Pasen, pasen —urgió la madre.

—Muchas gracias por invitarme a la reunión familiar.

—Ay, no es nada. Hacía meses teníamos curiosidad por saber quién era esta nueva chica en la vida de nuestro querido Sean.

Él le puso los ojos en blanco.

—Ya sabés cómo termina cuando se apuran las cosas —respondió—. Además, ella le tiene alergia al compromiso.

La señora apretó los labios y Teresa enrojeció.

—¡Sean!

—No le hagas caso —intervino la mujer—, vení por acá así te presento al resto.

Y tomándola del brazo se la llevó hacia el comedor. Sean las siguió en silencio. Teresa no creía poder alcanzar un nuevo nivel de nerviosismo, pero se equivocaba porque al encontrarse al resto de su familia esperando por conocerla su ansiedad solo fue en aumento. De uno en uno se fueron presentando y de uno en uno fue olvidando los nombres, sin importar lo mucho que intentaba retener los nombres y caras nuevas en su cabeza; siempre había tenido una memoria de mierda.

—Anna —suspiró aliviada al ver a la prima de su novio y mejor amiga.

—¡Teresa! Tenés cara de querer salir corriendo —se burló su amiga.

—¿Tanto así se nota?

—Nah, es solo porque te conozco mejor que nadie.

—Yo igual y sé cuándo mentís.

—¡Ay, no estés nerviosa!

—Fácil para vos decirlo.

Habían al menos quince personas en aquella antigua mansión. Todos perfectos desconocidos que habían esperado meses para juzgarla de cerca. Tal vez Teresa estaba un poco paranoica, pero podía sentir la intensidad de sus miradas en ella.

—Vamos —indicó su amiga llevándosela hacia el sofá.

—¿Dónde está Sean? —preguntó Teresa mirando a su alrededor.

—Está en el patio, hablando con el tío.

—Ah.

Según lo que le habían contado el señor Lester era un hombre extremadamente serio y estricto. No era cosa fácil ganarse su aprobación, así que era al que más temía, y la relación con su hijo menor no era de las mejores.

Anna mantuvo ocupada a su amiga en ausencia de Sean, haciéndola participar en las conversaciones con los primos que andaban a la vuelta. A medida que los minutos iban pasando, Teresa empezaba a sentirse cada vez más tranquila, aunque le incomodaba el hecho de que su novio siguiera sin regresar… ¿esa no podía ser buena señal, no?

—¡Hora de comer! —anunció la señora entrando a la sala.

Se acercó a la invitada y la acompañó al enorme fondo, hacia la galería donde estaba puesta la alargada mesa y más allá la parrilla. Y allí, frente al fuego estaban Sean y su padre discutiendo en voz muy baja.

—Vení que te voy a presentar al señor Lester.

A Teresa siempre le había parecido rara la manera en que la familia hablaba entre ellos. Creía que era cosa de Sean llamarlo así a su padre… como de manera despectiva, pero al escuchar a su esposa referirse de igual manera llamó su atención. Con creciente nerviosismo caminó junto a la madre de su novio, no le parecía un buen momento para ser presentada, pero tampoco iba a contradecirla.

—Querido, ella es Teresa, la nueva pareja de Sean.

Le molestaba que siguieran refiriéndose a ella como «nueva». Pero no hizo más que morderse la lengua e intentar una sonrisa que rápidamente se desvaneció cuando el señor la observó con seriedad y ojos gélidos.

—Espero que no termines como la última. Este chico ya me tiene cansado de sus malas decisiones.

Teresa no supo qué contestar. Tenía que agregarle grosero a la lista de características del hombre. Ella miró a su novio por alguna respuesta, pero él estaba demasiado concentrado en fulminar a su padre con la mirada.

—Tan agradable como de costumbre —soltó molesto y con una mano en la espalda la alejó de aquel lugar.

—Tu padre me odia —susurró ella.

—Él odia a todo el mundo. Incluido yo.

—Ja —como si eso la hiciera sentir mejor.

El almuerzo transcurrió rápidamente entre conversaciones ruidosas y carcajadas. No le prestó mucha atención a la comida ya que la tenían en un constante interrogatorio, pero el ambiente era mucho más distendido. Teresa nunca había sabido mucho de cortes de carne, pero estaba segura que eso no era vaca.

—Tu padre podrá ser muchas cosas —le dijo ella al oído a Sean—, pero es un excelente asador.

Él se limitó a asentir sin mucho entusiasmo y hasta incluso un poco pálido.

—¿Te sentís bien? —le preguntó ella preocupada, tocándole el brazo.

—Sí —su voz fue apenas audible.

Entonces la señora Lester golpeó su copa de vino con un cubierto.

—Es hora de la gran revelación —anunció.

—¿Qué gran revelación? —murmuró Teresa a Sean.

Nuevamente no contestó, sino que agachó la cabeza.

—Ya saben. Los que ganen se reparten el premio.

—¿Qué premio? —esta vez se giró hacia su amiga por respuestas.

—Solo mantené el control y aguantate el vómito —le previno para luego poner los ojos en blanco—. Le dije al idiota de tu novio que no te trajera.

—¿Eh?

Recién entonces vio la pantalla a un lado de la mesa. Esta se encendió mostrando la foto de cinco desconocidos, cada uno con un número del uno al cinco.

—Y para incentivarlos, este es el premio —las fotos cambiaron a un video en directo de un niño de no más de diez años encerrado en algún tipo de cuarto para niños.

Teresa buscó a su alrededor por algún tipo de respuesta y lo que encontró le puso los pelos de punta. La mitad de los allí presentes se lamió los labios mientras la otra mitad miraba con fijos ojos brillantes el video. Algo en el aire cambió, algo dentro de ella cambió, se empezó a sentir enferma. Tenía ganas de salir corriendo de allí, no entendía qué estaba pasando, pero presentía que la respuesta sería bastante perturbadora.

Se comenzaron a repartir una hoja en blanco para cada uno, acompañado de una lapicera roja. ¿Y ahora qué?

—Escriban sus respuestas —ordenó la madre, apretando un botón en el control que sostenía en su mano izquierda, la pantalla cambió nuevamente a las fotos de los desconocidos.

Eran dos hombres y tres mujeres, una de ellas una anciana. Los hombres tendrían unos treinta años, las mujeres andarían entre los veinte y treinta años.

—¿Qué es esto? —exigió Teresa a su novio, esta vez sin molestarse en hablar bajo.

Él seguía sin decir una palabra y con la mirada clavada en la mesa.

—Un juego clásico familiar —respondió la señora—, la tradición de los Lester. Se llama «¿A quién te comiste?».

Teresa soltó una carcajada nerviosa. Ok, esta broma ya había llegado demasiado lejos.

—Bien, claro. No es gracioso.

—Estoy de acuerdo. Ahora anotá tu respuesta —el tono de voz y la manera en que la miraba indicaban que no estaba jugando.

—Bueno, de seguro no fue la vieja —intervino uno de los primos más chicos.

Un escalofrío de puro horror le recorrió la espalda. Su temperatura corporal se elevó a los cielos.

—Tranquila —le susurró su amiga con preocupación—. Siempre y cuando les sigas la corriente no vas a terminar como las otras.

—¿Terminar como las otras?

¿Qué carajos significaba eso?

—Convirtiéndote en otro premio… o el postre.

Teresa miró aterrada a Sean.

—Perdón —fue todo lo que logró decir.

La muchacha sintió como sus entrañas se revolvían, el mundo se puso de lado y su piel se cubrió con una fina capa de sudor helado. Como pudo se puso de pie y salió tropezándose lejos de la mesa. 

Todos movieron sus cabezas al mismo tiempo, la tenían en su mira. Sintió el vómito quemar su garganta al subir por ella y entonces recordó las palabras de su amiga segundos atrás, su instinto de supervivencia la golpeó, obligándola a tragárselo nuevamente.

A pesar de sentir la voz de su amiga llamándola a sus espaldas no se detuvo. No sabía bien cómo pero había logrado llegar a la puerta de entrada, trató de abrirla, estaba cerrada, pero eso ella ya se lo esperaba. Los pelos de su nuca se pararon, un escalofrío la recorrió. Rendida cayó de rodillas al piso y se giró para enfrentarlos.

Cerrándole el paso estaban la que creía era su mejor amiga, su novio, la madre de esta y unos pasos por detrás el dueño de la casa.

—Escribí tu respuesta —ordenó la mujer, tirándole la lapicera y papel.

Reading Time: