Agua y Aceite - Jane Doe

Jane Doe

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¡Bienvenidos! Les explico un poco de qué va el blog: «Diario de una Jane Doe» es el espacio que encontré para dejar salir todo eso que me gusta o lo que no, lo que me molesta o lastima, y lo que amo, los invito a hacer lo mismo en los comentarios. En «Rincón Literario» encontrarán «Recomendaciones» donde recomiendo libros, «Hablemos de…» que es un espacio para charlar sobre temas relacionados a la literatura incluyendo noticias sobre el mundo literario, en «Libro del mes» podemos charlar sobre un libro específico elegido para ese mes; «Conociendo autores» es un lugar para hacer eso exactamente, conocer un poco de los grandes autores detrás de las letras. Bajo el título «De Tinta y Papel» voy a subir unos relatos/cuentos/historias cortas que escribo. Por último, en «Rincón de entretenimiento» tenemos, por un lado, «Series de TV» donde podemos recomendar y hablar de series, y en «K-dramas» hacemos lo mismo que con series pero esta vez de dramas coreanos :) Espero que se queden, ¡y que empiece el viaje!

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Agua y Aceite










Impaciente, fulminé al semáforo con la mirada. El muy maldito seguía sin decidirse a cambiar a verde.

—Cuando quieras, amigo. Si no hay apuro —murmuré golpeando el con el pie.
Apenas cambió de rojo a verde salí disparada hacia adelante. Con la cara bañada en sudor y el pelo revuelto entré a la iglesia. La señora ya estaba allí con el mentón en alto, lista para reprocharme.

—Llegás tarde.

—Encantada de verte también, mamá.

—¡Mirá tu cara! Tenés el maquillaje todo corrido, ¿¡y qué le pasó a tu pelo?!

—Dicen que no hay que opacar a la novia —dije entre dientes mientras empezaba a quitarme el abrigo.

La mujer soltó un grito ahogado al ver lo que tenía debajo de él.

—¡Por Dios! No te lo saques —ordenó impidiéndome quitármelo—. ¡Qué horror! No tenías esa cantidad de tatuajes la última vez que nos vimos.

—Sí, bueno, muchas cosas pueden pasar en tres años. ¡Mirate a vos! Ya vas por tu cuarto esposo. Felicitaciones, y mil gracias por la invitación del casorio.

—Sabía que no irías —eso seguro—. Andá que tu hermana hace horas te está esperando.

Puse los ojos en blanco pero me ahorré el comentario. Fui hasta el cuarto en donde la tenían encerrada.

—Wow —solté al ver el pomposo vestido blanco.

—Sacá esa cara de asco y vení a ayudarme —cautelosamente me acerqué a ella—. ¿Cómo es que no te prendiste fuego al entrar?

Intercambiamos una mirada, recordando la primera y hasta ahora única vez que había entrado a una iglesia. Le sonreí.

—Los santos hicieron una excepción por el día.

Soltó un suspiro teatral.

—Mil gracias santos —agradeció mirando al techo.

—¿Y te responden? —le pregunté mientras le ponía el velo.

—Nunca.

—¿Por qué te vas a casar —al ver su expresión me apresuré a agregar:—… en una iglesia? ¡Y encima católica!

—Él es creyente. ¿Qué? No me mires así. Que mis metas no sean las mismas que las tuyas no quiere decir que no sean menos importantes.

—A menos que planees matarlo en tu noche de bodas y robarle toda la plata, entonces sigo sin entender.

Me puso los ojos en blanco.

—Igual que vos, hago mi mejor esfuerzo por no seguir los pasos de nuestra madre.

Solté una carcajada. Muy pocas veces hacía comentarios como esos. La miré repentinamente seria.

—¿Creés que la policía alguna vez encuentre evidencia en su contra?

—Arreglate un poco—pero nunca la seguía con otro comentario—, sos mi dama de honor —me tomó del brazo posicionándome frente al alargado espejo —. ¡Y sacate eso!

Con eso empezó a sacarme la gabardina.

—Mamá me obligó a dejármela. Tenía miedo de que mis tatuajes mataran al cura del horror o algo por el estilo.

—Esa mujer exagerada.

Mientras ella trataba de arreglarme el pelo, yo la observaba en silencio.

—¿De verdad es lo que querés?

—Ay, no empieces…

—Lo digo en serio. ¿Nadie te está obligando a hacerlo?

—No, y de ser el caso, ¿qué harías vos? ¿Matarlos?

—Ah, bueno —pestañeé—. Yo en realidad estaba pensando en algo menos extremo como fugarnos. Pero esa oferta de años atrás sigue en pie hasta la eternidad, no me molestaría ensuciarme las manos.

—¡No sigas! Sos ridícula a veces.

—Gracias. Pero sabés que estoy acá para lo que necesites, ¿no?

Ella tomó mi cara entre sus manos, clavando sus ojos en los míos con fijeza.

—De verdad quiero hacerlo —una pequeña casi sonrisa apareció en sus labios rosados—. Yo…

—Bien, te creo —la detuve antes de que dijera la palabra con «a»—. Entonces vamos.

Nos paramos erguidas una al lado de la otra.

—Agarrame bien del brazo, no quiero caerme en frente de todos.

—No te preocupes. De última me tiro al piso con vos.

Volvió a ponerme los ojos en blanco y salimos de la habitación tomadas del brazo.

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