Impaciente,
fulminé al semáforo con la mirada. El muy maldito seguÃa sin decidirse a
cambiar a verde.
—Cuando
quieras, amigo. Si no hay apuro —murmuré golpeando el con el pie.
Apenas
cambió de rojo a verde salà disparada hacia adelante. Con la cara bañada en
sudor y el pelo revuelto entré a la iglesia. La señora ya estaba allà con el
mentón en alto, lista para reprocharme.
—Llegás
tarde.
—Encantada
de verte también, mamá.
—¡Mirá
tu cara! Tenés el maquillaje todo corrido, ¿¡y qué le pasó a tu pelo?!
—Dicen
que no hay que opacar a la novia —dije entre dientes mientras empezaba a
quitarme el abrigo.
La
mujer soltó un grito ahogado al ver lo que tenÃa debajo de él.
—¡Por
Dios! No te lo saques —ordenó impidiéndome quitármelo—. ¡Qué horror! No tenÃas
esa cantidad de tatuajes la última vez que nos vimos.
—SÃ,
bueno, muchas cosas pueden pasar en tres años. ¡Mirate a vos! Ya vas por tu
cuarto esposo. Felicitaciones, y mil gracias por la invitación del casorio.
—SabÃa
que no irÃas —eso seguro—. Andá que tu
hermana hace horas te está esperando.
Puse
los ojos en blanco pero me ahorré el comentario. Fui hasta el cuarto en donde
la tenÃan encerrada.
—Wow
—solté al ver el pomposo vestido blanco.
—Sacá
esa cara de asco y venà a ayudarme —cautelosamente me acerqué a ella—. ¿Cómo es
que no te prendiste fuego al entrar?
Intercambiamos
una mirada, recordando la primera y hasta ahora única vez que habÃa entrado a
una iglesia. Le sonreÃ.
—Los
santos hicieron una excepción por el dÃa.
Soltó
un suspiro teatral.
—Mil
gracias santos —agradeció mirando al techo.
—¿Y
te responden? —le pregunté mientras le ponÃa el velo.
—Nunca.
—¿Por
qué te vas a casar —al ver su expresión me apresuré a agregar:—… en una
iglesia? ¡Y encima católica!
—Él
es creyente. ¿Qué? No me mires asÃ. Que mis metas no sean las mismas que las
tuyas no quiere decir que no sean menos importantes.
—A
menos que planees matarlo en tu noche de bodas y robarle toda la plata,
entonces sigo sin entender.
Me
puso los ojos en blanco.
—Igual
que vos, hago mi mejor esfuerzo por no seguir los pasos de nuestra madre.
Solté
una carcajada. Muy pocas veces hacÃa comentarios como esos. La miré
repentinamente seria.
—¿Creés
que la policÃa alguna vez encuentre evidencia en su contra?
—Arreglate
un poco—pero nunca la seguÃa con otro comentario—, sos mi dama de honor —me
tomó del brazo posicionándome frente al alargado espejo —. ¡Y sacate eso!
Con
eso empezó a sacarme la gabardina.
—Mamá
me obligó a dejármela. TenÃa miedo de que mis tatuajes mataran al cura del
horror o algo por el estilo.
—Esa
mujer exagerada.
Mientras
ella trataba de arreglarme el pelo, yo la observaba en silencio.
—¿De
verdad es lo que querés?
—Ay,
no empieces…
—Lo
digo en serio. ¿Nadie te está obligando a hacerlo?
—No,
y de ser el caso, ¿qué harÃas vos? ¿Matarlos?
—Ah,
bueno —pestañeé—. Yo en realidad estaba pensando en algo menos extremo como
fugarnos. Pero esa oferta de años atrás sigue en pie hasta la eternidad, no me
molestarÃa ensuciarme las manos.
—¡No
sigas! Sos ridÃcula a veces.
—Gracias.
Pero sabés que estoy acá para lo que necesites, ¿no?
Ella
tomó mi cara entre sus manos, clavando sus ojos en los mÃos con fijeza.
—De
verdad quiero hacerlo —una pequeña casi sonrisa apareció en sus labios
rosados—. Yo…
—Bien,
te creo —la detuve antes de que dijera la palabra con «a»—. Entonces vamos.
Nos
paramos erguidas una al lado de la otra.
—Agarrame
bien del brazo, no quiero caerme en frente de todos.
—No
te preocupes. De última me tiro al piso con vos.
Volvió
a ponerme los ojos en blanco y salimos de la habitación tomadas del brazo.
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