Jane Doe: de tinta y papel

Jane Doe

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¡Bienvenidos! Les explico un poco de qué va el blog: «Diario de una Jane Doe» es el espacio que encontré para dejar salir todo eso que me gusta o lo que no, lo que me molesta o lastima, y lo que amo, los invito a hacer lo mismo en los comentarios. En «Rincón Literario» encontrarán «Recomendaciones» donde recomiendo libros, «Hablemos de…» que es un espacio para charlar sobre temas relacionados a la literatura incluyendo noticias sobre el mundo literario, en «Libro del mes» podemos charlar sobre un libro específico elegido para ese mes; «Conociendo autores» es un lugar para hacer eso exactamente, conocer un poco de los grandes autores detrás de las letras. Bajo el título «De Tinta y Papel» voy a subir unos relatos/cuentos/historias cortas que escribo. Por último, en «Rincón de entretenimiento» tenemos, por un lado, «Series de TV» donde podemos recomendar y hablar de series, y en «K-dramas» hacemos lo mismo que con series pero esta vez de dramas coreanos :) Espero que se queden, ¡y que empiece el viaje!
Mostrando las entradas con la etiqueta de tinta y papel. Mostrar todas las entradas
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viernes, 26 de febrero de 2021

Hotel de Almas Perdidas
febrero 26, 20210 Comments

 









El cielo era una deslumbrante mezcla de violeta, naranja y celeste. El sol se ponía al frente en el horizonte. No había más sonido que el del viento y los neumáticos sobre la interminable carretera desierta. El tiempo pasaba lentamente mientras el cielo iba oscureciéndose sin prisa. Era una cálida tardecita de finales de primavera. Él soltó un suspiro, dejando ir toda la nicotina contenida en sus pulmones del cigarrillo entre sus dedos. Sus ojos se perdieron en el baile del humo que se fundió rápidamente con el aire nocturno al salir por la ventanilla abierta del auto en movimiento.


Primero fue el sonido estridente de la bocina, luego fueron las cegadoras luces del camión. A toda velocidad volvió el auto a su carril y con el corazón acelerado se estacionó a un lado de la desolada carretera. En algún momento entre observar el humo se había quedado dormido. Había estado viajado por más de ocho horas, necesitaba descansar, pero también debía llegar a tiempo a su casa, su familia esperaba por él para comenzar la celebración.


Todavía sin aliento y temblando del susto se propuso descansar en la próxima estación de servicio, al menos una media hora. Una vez logró calmarse, volvió a poner el automóvil en marcha y retomó su camino. No habría pasado más de veinte minutos cuando las brillantes luces se reflejaron contra el cielo que comenzaba a poblarse de estrellas. Un hotel con el letrero de vacante iluminado. Lo cierto era que estaba agotado, una noche entonces, era preferible perderse una noche de avanzar que arriesgarse a tener un accidente, la próxima probablemente no tendría tanta suerte.


Por lo que se metió en la entrada y estacionó el auto en el pequeño estacionamiento de tierra a un costado del edificio. Parecía antiguo y algo venido abajo, solo esperaba que eso significara que tenían precio accesible; odiaba malgastar plata. Con los lentes de sol asegurados en la cabeza y la campera de cuero sujeta sobre su hombro, se bajó del auto y caminó despreocupadamente hacia la entrada.


Lo que encontró dentro lo sorprendió tanto que por casi un minuto no pudo hacer otra cosa más que detenerse y observar el lujo a su alrededor con ojos como platos y la mandíbula por el piso. Una enorme araña de cristales colgaba en el medio de la gigantesca recepción, el techo era un enorme espejo reluciente, los muebles eran de madera oscura tallada a mano y el piso era de un blanco reluciente. ¿Cómo podía ser así por dentro cuando se veía tan mal desde afuera? Parecía haber entrado a una realidad alternativa, a otro mundo.


Carajos, pensó todavía sorprendido, esto me va a salir caro.


—Bienvenido al Hotel de Almas Perdidas —saludó la recepcionista.


Él llevó su atención a aquella hermosa mujer parada a unos metros de él con una hermosa sonrisa para regalarle. Él se aclaró la garganta devolviéndole la sonrisa.


—Buenas noches —una pausa mientras se debatía entre si comentar o no sobre el nombre del establecimiento—. ¿Hotel de Almas Perdidas?


La sonrisa de la recepcionista se ensanchó mientras asentía una vez.


—Tenemos muchas habitaciones disponibles. ¿Es para uno?


—Sí, para uno. No… no sabía que el hotel era así. De afuera parecía diferente.


Sin perder la sonrisa ella respondió.


—Sígame —y se dio la vuelta avanzando hacia el fondo donde se encontraba el área de recepción.


Inseguro la siguió. ¿Y si no podía pagarlo? Con nerviosismo se rascó la cabeza.


—Escuche, ¿cuánto es la tarifa por noche? No esperaba que fuera así…


—No se preocupe por eso —ella seguía sin perder la sonrisa—. Le aseguro que no tendrá problema con el pago. Somos muy accesibles. ¿Por cuánto tiempo piensa quedarse?


—Una noche, solo una noche.


Ella asintió, escribiendo algo en un enorme cuaderno de registro. Los ojos del joven fueron de la atractiva recepcionista al techo, donde vio su propio reflejo, había tenido la impresión de estar algo más pálido de lo normal, pero serían todas esas brillantes luces blancas esparcidas por todo el lugar.


—Por acá —le indicó ella con un movimiento de manos.


Él se sobresaltó, ya que no la había visto o escuchado acercarse. Algo confundido y avergonzado asintió en respuesta. Pestañeando unas cuantas veces la siguió hasta el asesor dorado que relucía como oro. Subieron hasta el quinto piso… ¿Quinto piso? Se preguntó él, no recordaba haber visto más de tres pisos desde afuera… pero tampoco había prestado mucha atención, estaba demasiado cansado para haber notado cosas como esas. Luego de bajar de la caja dorada, avanzaron por un extenso pasillo decorado con una costosa alfombra roja, cuadros inquietantes que retrataban diferentes tipos de muertes (desde enfermedades a asesinatos), candelabros antiguos y, nuevamente, espejos en el techo.


Ella se detuvo repentinamente frente a la habitación número 500, el joven estuvo a punto de chocar contra ella ya que su atención viajaba de cuadro a cuadro. Luego de abrir la puerta le indicó que entrara, tendiéndole una gran y antigua llave dorada. Se puso a su disposición para lo que necesite y le contó sobre la piscina y servicio a la habitación. Luego de agradecerle él entra. Algo extraño sucedía… ya no se sentía cansado. Fue al baño, se dio una ducha y se preparó para dormir, pero no tuvo suerte. Estuvo dando vueltas en la cama de dos plazas por una hora sin conseguir lo que había venido en primer lugar. Algo molesto se levantó de la cama, entonces recayó en la ropa y toallas para nadar descansando en una salilla en un rincón de la habitación. Extrañado fue por ellos y luego de cambiarse salió, tal vez nadar lo cansara nuevamente y podría descansar antes de volver a la carretera.


De camino a su destino no se encontró con nadie más. En la piscina solo estaban él y una familia compuesta por los padres, su hija de no más de diez años y su hijo de no más de tres. El lugar era lo suficientemente grande para que ellos no lo molestaran con su presencia. Respirando hondo elevó la mirada al techo de cristal y observó el oscurecido cielo estrellado.


¿Qué hora será?, se preguntó. No pueden ser más de las diez de la noche, concluyó luego de calcular a la ligera el tiempo que había pasado desde que el sol se había puesto y desde que había llegado al hotel. Nadó por un rato y luego decidió tomar un descanso (más por costumbre que por necesidad real), se sentó en una de las reposeras a un lado de la piscina y cerró los ojos, seguía sin sentirse cansado.


—Disculpe —la dulce y melódica voz de la recepcionista lo obligó a abrir los ojos enseguida—. Aquí tiene —indicó ofreciéndole una copa de champaña con una cálida sonrisa.


—Pero yo no ordené…


—Es cortesía del hotel.


Él agradeció y tomó la copa. Ella asintió una vez y dejando la hielera con la botella a un lado de la reposera, se fue. Este lugar era extraño, en un buen sentido, bebida gratis, lujoso, y todo por un precio… por un precio… ¿cuánto había pagado? No lo recordaba. Se encogió de hombros tomando la bebida burbujeante. Si ya estaba acá, mejor no preocuparse por esas nimiedades. Una vez terminó de beberse toda la botella, finalmente se sentía lo suficientemente cansado como para tratar de dormir.


Al ponerse de pie, la familia que alegremente charlaba en el otro extremo de la piscina, dejó de hablar al instante. Él los miró inconscientemente, los cuatro lo observaban con caras inexpresivas y sin pestañear, sin mover un músculo siquiera. Raros, pensó él.


—Buenas noches —se despidió sin poder ocultar su incomodidad.


No obtuvo respuesta. Asintió una vez a modo de despedida y se fue, mirándolos sobre su hombro cada tanto, ellos seguían en esas mismas posiciones estáticas. Rascándose la cabeza entró a la recepción. Y allí estaba la muchacha, de pie, con las manos juntas delante y con esa sonrisa que parecía pegada a la cara. Él movió su cabeza a modo de saludo, por más imposible que pareciera, su sonrisa se ensanchó, no pestañeaba y tampoco dijo palabra alguna. Ahora lo repensaba, este lugar era extraño sí… pero también lo eran las personas de allí, y tal vez no en el mejor sentido de la palabra.


En el corredor volvía a no haber absolutamente un alma aparte de la suya. El silencio era ensordecedor y le ponía los pelos de punta. Esos cuadros con personas pintadas en ellos, los ojos de esas personas parecían seguirlo a medida que avanzaba, se sentía observado. Tragando con dificultad y solo mirando al frente se apresuró hacia la puerta de su habitación. Mientras abría la puerta elevó la cabeza al techo, su reflejo le mostró que estaba en todavía peor estado que antes, ojeroso y más pálido, ¿por qué parecía haber perdido tanto peso? Perturbado y decidido a ignorar lo que lo rodeaba, se fue derecho a la cama. El cansancio, se convenció, era la falta de sueño lo que lo hacía ver cosas que no estaban allí. Apenas su cabeza tocó la almohada, sus ojos se cerraron, sumergiéndolo en la inconciencia.


Un extraño sueño de luces dolorosamente brillantes y sonidos estridentes lo despertó violentamente a la mañana siguiente. Con la cabeza dándole vueltas y un punzante dolor en las sienes se sentó en la excesivamente ancha cama de hotel. Pestañeó unas cuantas veces mientras sostenía su cabeza, haciendo una mueca escondió la cara entre sus manos. Esperó un rato hasta que el dolor se hizo más tolerable pero no menos persistente.


Decidió que lo mejor era empezar el día con una ducha, quería estar listo para retomar el camino de una vez y llegar a su familia cuanto antes. Una vez estuvo listo, se puso la campera de cuerpo negra y abrió la puerta de su habitación. Soltó una maldición al instante, retrocediendo un paso por el susto.


—Perdón si lo asusté —se disculpó la recepcionista con esa sonrisa que empezaba a ponerle los pelos de punta.


¿¡Qué carajos hacía del otro lado de la puerta?! Ya se estaba yendo, él creía todavía estar a tiempo. ¿Cuál era su hora de salida? No lo recordaba. Un pensamiento de remordimiento y vergüenza pasó por su cabeza, tal vez él se había atrasado, después de todo.


—¿Estoy muy tarde para la salida? —preguntó.


Ella negó sin perder la sonrisa con sus penetrantes ojos oscuros clavados en él.


—¿Para su salida? —le preguntó ella con voz contrariada pero expresión de perpetua bienvenida.


—Sí —dijo él, ¿sino por qué más estaría ella allí?—. Me quedaba solo por una noche, ya me tengo que ir.


Por primera vez la cara de la recepcionista demostró otra emoción. Su ceño se frunció y sus ojos escarbaron en él por una respuesta lógica.


—Usted no se puede ir.


—¿Cómo?


—Que ya está ingresado al hotel, no puede irse ahora.


Él no supo qué contestar por unos interminables segundos. Finalmente soltó todo el aire contenido en los pulmones haciéndola a un lado y saliendo de su habitación. Ella lo observó ladeando la cabeza.


—Bueno, fue un placer. Ya me voy.


—No se puede ir —contradijo ella.


El joven comenzó a retroceder temeroso de darle la espalda a aquella extraña mujer que ahora le ponía los pelos de punta. Fue avanzando por el pasillo hasta el ascensor, ella lo seguía confundida y sin intenciones de alcanzarlo.


—No hay salida para usted —le dijo con tenebrosa voz musical—. Una vez ingresa al hotel, no podrá salir. Son las reglas.


—No se acerque más —le advirtió alzando una mano mientras entraba a la jaula dorada—. No entiendo qué está pasando, pero esto no es gracioso.


—No es gracioso —aceptó ella con un asentimiento de cabeza.


Las puertas se cerraron y él apretó el botón de la recepción. Salió caminando apresuradamente, allí se encontró con la familia de la noche anterior. Los cuatro estaban estáticos en el centro de esta, sin decir absolutamente nada y siguiéndolo con la mirada. Él trató de ignorarlos y avanzó hacia las puertas de salida. Se detuvo en seco. Allí no había puertas de salida. El lugar por el que había entrado había desaparecido, en su lugar había ahora una gigantesca pared de color crema. Sin aliento y confundido se detuvo a observar el muro frente a él. ¿Qué estaba pasando?


Lentamente se dio la vuelta, observando todo a su alrededor con creciente desesperación. Las luces parpadearon, en el brillo, el hotel se veía igual que cuando había ingresado, pero en la oscuridad… una sombra fría recubría la superficie, cambiando todo. Polvo de décadas cubría cada superficie, telarañas colgaban por doquier, muebles rotos, viejos y descoloridos. Él pestañeó, creyendo que era producto de su imaginación, las luces parpadearon una última vez para encenderse definitivamente, ocultando esa extraña visión del hotel abandonado.


La familia seguía allí, estática, observándolo con caras vacantes y ojos desprovistos de vida. Entonces las puertas del ascensor se abrieron y la recepcionista salió. Confundido y aterrado, se lanzó a correr por su vida. Se metió por un corredor a la derecha de la recepción, desesperado por escapar de aquellos extraños desconocidos. ¿Qué era este lugar? ¿Qué estaba pasando?


Miró sobre su hombro y no vio a nadie siguiéndolo, por ahora al menos. Al ver el interminable pasillo con miles de puertas decidió que lo mejor sería meterse en una de las puertas y encontrar una ventana por la cual escapar, después de todo, ¿por cuánto tiempo podía estar corriendo por el pasillo infinito hasta que lo alcanzaran? Sin pensarlo dos veces se metió a una de las tantas puertas a la derecha del pasillo.


Una oscuridad abrumadora lo devoró, escupiéndolo dentro de un brillo cegador. Entrecerrando los ojos con ambas manos frente a los ojos hizo su camino fuera de esa luz blanca hasta que logró salir de ella. De alguna manera estaba fuera. El sol acababa de ponerse en el horizonte, la alargada carretera ruidosa y atestada de luces rojas y azules. Poco a poco se fue acercando a las ambulancias y autos de policía. Un grupo de gente esparcido alrededor de la escena de un accidente.


Nadie parecía verlo allí, haciéndose camino entre ellos, hacia aquellos metales retorcidos. Un camión. Un auto. El auto parecía haberse salido de su carril, colisionando contra el camión, no quedaba de él más que metales retorcidos. El conductor, o más bien, lo que quedaba de su cuerpo, era una masa deforme de sangre y vísceras. Algunos detectives evitaban mirar el desastre y los pocos valientes que lo hacía, apartaban la mirada con una mano sobre la boca y cara de horror.


Los recuerdos lo golpearon sin piedad. Quitándole la respiración y empeorando mil veces más el dolor de cabeza. Ahora lo entendía todo. Ahora lo recordaba todo. La bocina, las gigantescas luces de frente de las que no pudo escapar, el impacto, el estridente sonido metálico, el agónico dolor de no más de dos segundos seguidos de la nada misma. Luego la pérdida de esos recuerdos, la carretera tranquila, el «casi accidente», y el hotel.


Abriendo la puerta salió al pasillo atestado de almas. Miró alrededor. ¿Todos sabían ya cuál era su situación o creerían que estaban de vacaciones? Al observarlos mientras hacía su camino de regreso a la recepción notó que había de todo un poco, desde aquellos que deambulaban con caras carentes de vida a aquellos que alegremente iban y venían por el lujoso hotel.


Una vez llegó a la entrada, vio a la familia alegremente pasar con los niños que corrían riendo en dirección al patio, donde se encontraba la piscina. La recepcionista lo esperaba con una cálida sonrisa. Él se detuvo frente a ella y elevó la mirada al techo espejado. Por una fracción de segundo su reflejo no fue más que el de un cadáver terriblemente mutilado, ensangrentado, con huesos expuestos y entrañas salidas, pero entonces pestañeó y volvía a ser él.


¿Cuánto tiempo habría pasado desde el accidente? ¿Cuánto tiempo habría pasado desde su…?


—¿Algún problema, señor? —le preguntó ella atrayendo nuevamente su atención.


Él negó con el ceño fruncido.


—Todo en orden —aseguró.

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viernes, 18 de diciembre de 2020

La silueta
diciembre 18, 20200 Comments

 





Con los ojos cerrados tiré otro poco de la sábana para para taparme la espalda. Un escalofrío me recorrió. Pestañé en la oscuridad del cuarto, la única luz aquel punto verde del aire acondicionado.


Sentí una húmeda y caliente respiración venir del lado de mamá, algo como peludo y áspero raspó la piel expuesta de mi espalda y brazo. Miré sobre mi hombro con ojos soñolientos, mamá roncaba audiblemente; los primos habían venido por el fin de semana de carnaval y teníamos casa llena por estos tres días, así que me tocaba dormir con mamá, no me quejaba siempre y cuando tuviéramos el aire.


Estaba a punto de volver a apoyar la cabeza en la almohada cuando capté una silueta cerca de la puerta. Ya que parecía tener pelo largo casi hasta el piso deduje que era una mujer (sí, muy conservador por mi parte), además tenía puesto algún tipo de vestido blanco largo y sin forma, como una túnica (y en este punto es muy probable que mi imaginación entrara a jugar, porque estaba viendo a la llorona en mi casa). Miedosa como era se me cortó la respiración y abrí los ojos grandes tratando de ver mejor.


La silueta se deslizó hacia el interruptor de la luz, la claridad me cegó por unos segundos. Me senté en la cama a toda velocidad. No era más que mi madre. Solté un suspiro de alivio, pero entonces, ¿qué era…?


—¡Antonella!


Gritó justo cuando me giraba hacia la gigantesca bola de pelos babosos. Un alarmante número de colmillos me esperaban listos para destriparme.




—¡Antonella, calmate! —gritó mamá sentada en la cama a mi lado dándome vuelta la cara de una cachetada, más por buscar una excusa para hacerlo que por sacarme del trance, si me preguntan.


—¡Au! —me quejé llevando ambas manos a la mejilla derecha—. ¡Te pasaste, si ya estaba despierta!


Algo en mi vista periférica se movió, mamá empalideció. Me giré hacia la mujer fantasmal de melena oscura tapando la mitad de su cara justo cuando esta me saltaba encima con sus frágiles brazos extendidos en mi dirección.




Soltando todo el aire por la boca abrí los ojos de par en par a la vez que daba una patada involuntaria. Apreté un puño sobre mi enloquecido corazón respirando entrecortadamente. Tenía los pelos de punta y la sangre corría helada por mis venas. Otra pesadilla, esta semana no había sido más que noche de terror tras de noche de terror, ¿por qué tenía que ser maldecida con tan vívida imaginación?


—¿Estás bien, querida mía? —preguntó mamá con voz clara.


—Sí, solo—respondí automáticamente e instantáneamente congelándome en mi lugar sin siquiera atreverme a respirar.


¿Quer-ida… mía?


Una pálida mano helada con dedos como garras se posó sobre mi brazo. Mierda.

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viernes, 4 de diciembre de 2020

Cortina de humo
diciembre 04, 20200 Comments

 









Molestas gotas de agua helada golpeaban su cara, pero él no se inmutó y continuó observando como hipnotizado aquel encapotado cielo obsidiano. A lo lejos se escuchaban los autos pasar a toda velocidad mientras los peatones corrían precipitadamente, tratando de refugiarse del repentino chaparrón.


Desde una ventana abierta se escurría como música de fondo una de sus canciones preferidas, Bad Moon Rising de Creedence Clearwater Revival. Cerró los ojos respirando irregularmente mientras su cuerpo entero se sacudía. Los volvió a abrir cuando el pelo de la nuca se le puso de punta; alerta, buscó en la oscuridad captando la silueta de alguien que se ocultaba en las sombras.


Nuevamente se sobresaltó, esta vez debido al resonar de tacones contra la calle de piedra que se acercaban a toda velocidad hacia su posición. Giró la cabeza en dirección al ruido en el momento exacto en que una mujer doblaba la esquina y se encontraba con la escena a unos metros de ella, le tomó unos segundos procesar aquello. Entonces reaccionó. Soltó un alarido y salió corriendo despavorida por donde había venido.


¿Qué le ocurrió…? Se preguntó el joven preocupado, dando un solo un paso en su dirección, sus brazos extendidos y palmas ensangrentadas enfrentando el cielo. Por primera vez notó esto. ¿Qué me ocurrió…? Sus ojos siguieron el camino sangriento hacia su traje oscuro y gabardina una vez color piel, ahora carmesí. Al elevar la mirada, su atención fue atrapada por el reflejo de los vidrios de una tienda en la que lo mostraban cubierto en sangre, ¿cómo podía ese ser su reflejo? Sin agallas para continuar viéndose por más tiempo agachó la cabeza, fuer todavía peor.


A unos pasos de aquella tan familiar fedora negra yacía su dueño sin vida. Inmóvil y pálido, con la garganta abierta de oreja a oreja, su estómago convertido en un grotesco agujero irregular rojo, entrañas esparcidas a su alrededor junto a un alargado cuchillo filoso cubierto en esa sustancia entre líquida y espesa. Su padre, ese era su padre.


El fuerte olor a óxido y muerte golpeó sus fosas nasales, revolviéndole el estómago. Con paso torpe el joven retrocedió para vomitar unos pasos más allá. Una vez consiguió controlarse un poco, respiró por la boca y se arrastró hacia al cuerpo sin vida del que había sido toda su familia. Tomó la cabeza entre sus manos y sin lágrimas en los ojos pero con un dolor que se enterraba en lo más hondo de su ser, esperó a que las sirenas de la policía lo encontraran.




—Repasemos los sucesos nuevamente —dijo ya sin paciencia el detective sentado al otro lado de la mesa—. De lo último que se acuerda es de estar viendo la obra de teatro junto a su padre, por alguna razón, no recuerda nada de lo sucedido en ese tiempo hasta que de pronto, ¡y como por arte de magia!, usted se encuentra en un callejón a dos cuadras de distancia. Vio una silueta —hizo una pausa, el interrogado asintió sin ánimos, el detective soltó aire por su boca y continuó—pasar a toda velocidad, luego la señora lo encuentra, usted comprende lo sucedido y nosotros llegamos.


No, jamás comprendí lo que había sucedido, sigo sin entenderlo. ¿Me habrán intoxicado con alguna sustancia?


—¿Y esa es su historia? —volvió a insistir.


Con un rígido asentimiento le dio la razón. Agachó la cabeza que le pesaba más que nunca, sus ojos volvieron a caer a sus manos sucias. Ya les había pedido para limpiarlas, pero le habían respondido que más tarde. No le gustaba sentirse sucio, ni confundido, ni bajo el efecto de peligrosas sustancias desconocidas, porque al fin y al cabo eso era lo que había sucedido, ¿verdad? No había otra explicación, él jamás mataría a su propio padre, no cuando era el único que le había mostrado un mínimo de afecto en toda su solitaria vida.


—¿Sabe lo que voy a hacer? —intercambiaron una larga mirada—. Lo voy a dejar un rato a solas para darle tiempo de inventar una mejor historia, o ya sabe, puede simplemente decir la verdad, es lo recomendable; porque le aseguro, la verdad, tarde o temprano, tiende a salir por estos lados.


Al no obtener respuesta, dejó salir un suspiro de frustración y se fue cerrando la puerta con fuerza excesiva.


¿Quién podría ser tan cruel como para mutilar a su padre de esa manera? Una bestia, solo una bestia era capaz de tal atrocidad. Solo tenían que encontrar al que lo había intoxicado, ya estaban analizando las pruebas que le habían realizado para encontrar rastro de estupefacientes en su sistema, en cuanto diera positivo, le creerían y lo ayudarían a encontrar al responsable de tal baño de sangre. Tenían que haber testigos, alguien tenía que haber visto algo.


Juntó sus temblorosas manos y las apoyó sobre la mesa, pero no había remedio. Sintiéndose cada vez más enfermo, ocultó su cara entre ellas. Necesitaba pensar, necesitaba recordar qué era lo que había pasado. Sus recuerdos no podían simplemente haber desaparecido, debían de estar enterrados en algún rincón de su resquebrajada mente, todo lo que tenía que hacer era desenterrarlos.


La temperatura de la sala de interrogatorios se desplomó abruptamente a menos cero, las luces parpadearon. Asustado, miró a su alrededor. Como cuando estaba en el callejón, se le erizó la piel. Una mancha oscura pasó detrás de él, que se puso en pie de un salto. La mancha lentamente se posicionó frente a él del otro lado de la mesa.


Las luces dejaron de parpadear para encenderse definitivamente, iluminándolos a ambos. Era él… esa mancha, esa persona, era él mismo… o alguien que se veía exactamente como él.


—¿Así que con que todavía no recuerda lo que pasó? —le preguntó burlón esa visión con la copia de su voz.


¿Seguiría intoxicado? ¿Estaba soñando? ¿Se había golpeado la cabeza?


—Déjeme mostrárselo —y estirando la mano, con la punta de sus dedos, le tocó la frente.


Todo a su alrededor se derrumbó, descascarándose como pintura vieja y dando paso así a una escena más oscura. Estaba de nuevo en el callejón, iban caminando junto a su padre, quien despotricaba enfurecido contra su hijo. Vociferando cosas como que el joven no era suficiente, jamás lo sería. Era un raro, un inútil, igual a su madre quien los había abandonado, era un debilucho. Hasta ahí, nada fuera de lo normal.


Él se lo aguantó, se lo aguantó y se lo aguantó otro poco… hasta que ya no pudo contenerse por más tiempo y estalló desbordando ira. Esta vez había sido demasiado, había sido demasiado por mucho tiempo. Años y años escuchándolo hablar mal de él mismo y de su madre, su pobre madre que tuvo que aguantar a su padre casi diez años antes de su nacimiento, no la culpaba por haberse escapado cuando tuvo la menor oportunidad, solo deseaba que lo hubiese llevado con ella.


Negó como para aclararse la cabeza. No, esa no era su línea normal de pensamientos. Sus emociones e ideas empezaron a colisionar unas con otras, formando un telar enredado sin diseño claro, dominado mayoritariamente por esa nueva emoción en él: la ira. Un segundo le estaba gritando a su padre que se detuviera y al otro había sacado un cuchillo de su gabardina y le abría el cuello con un rápido y violento movimiento.


No era momento para detenerse a pensar de dónde había salido el arma, o qué estaba haciendo. No había lugar para la lógica y la razón, solo había espacio para dejarse llevar por su cegadora nueva emoción. Y eso fue lo que hizo, enterrando el filo del cuchillo una y otra vez en el estómago de su padre, salpicándose de sangre y haciendo saltar vísceras hacia todos lados.


No, no, ¡no! Rugió su voz dentro de su cabeza. ¡Así no era como había pasado! ¡Él no era responsable de esto! Era alguien más, no sabía quién, pero no él, jamás él.


—¡BASTA! —le gritó a la ilusión de él mismo en la sala.


Y así, en un abrir y cerrar de ojos, estaba de vuelta en la realidad. Sin aliento y con ambas manos fuertemente apretadas sobre su pecho miró alrededor. Los engranajes dentro de su cabeza giraban y giraban, esforzándose por comprender qué le estaba pasando.


El extraño hombre idéntico a él parado del otro lado de la mesa le regaló una lenta y macabra sonrisa donde mostraba todos sus dientes. Esa no era su sonrisa, él nunca antes había sonreído de esa manera tan siniestra, como insatisfecho, sediento, en busca, no; en una cacería por más sangre.


Un escalofrío de puro terror lo recorrió. Retrocedió un paso. Debía poner la mayor distancia entre aquel desconocido pero a la vez tan familiar monstruo. ¿Qué buscaba? ¿Qué quería de él? ¿Quién era?


Las luces volvieron a parpadear, este de seguro era el invierno más frío, ¿cómo podía seguir bajando la temperatura? ¿Sería aquel ser el que lo provocaba? ¿Cómo? ¿¡Y dónde diablos estaba ese detective bueno para nada cuando se lo necesitaba?!


—¿Q-qué qui-quiere de mí? —tartamudeó patéticamente.


El otro soltó una carcajada estrepitosa. Sus ojos no dejaban al hombre ni por medio segundo, ni siquiera parpadeaba.


—¿Q-que q-qué qui-quiero de usted? —repitió burlón, imitando su tono—. Tómelo como un acto de caridad de mi parte, solo quiero que vea.


—¿Que vea lo qué?


—Pues, la realidad, ¡claro está!


—¡YO JAMÁS LASTIMARÍA A MI PADRE! —gritó en temblorosa respuesta.


—Bien conocemos el dicho, «nunca diga nunca». Puede que se arrepienta más tarde…


—¡Yo no lo hice! ¡Está mintiendo!


—Ah —hizo una pausa en la que bajó los ojos al piso, luego los volvió a subir y continuó—, así que, ¿esta es su realidad, entonces?


Y con un chasquido de dedos, la oscuridad los devoró, escupiéndolo en aquel mismo y sucio callejón. Su padre gritaba las mismas maldiciones en dirección a su hijo, pero algo allí había cambiado. No eran los únicos en el lugar. Una sombra pasó por su lado, empujando al joven al piso y exigiéndoles dinero mientras los amenazaba con un largo y afilado cuchillo.


El padre se negó a entregarle nada de lo que el rufián exigía, en respuesta, este, con un ágil movimiento, cortó su garganta. El señor cayó de rodillas, el hombre lo empujó, su espalda golpeó los adoquines empapados por la lluvia y entonces el monstruo prosiguió a clavar el cuchillo una y otra vez en su carne. Y mientras todo esto pasaba, el hijo no pudo hacer otra cosa más que llorar horrorizado en el piso. Enterró por décima vez el cuchillo para después dejarlo caer a un lado. El hedor a sangre se mezclaba con la humedad formado una mezcla repulsiva.


Respirando entrecortadamente el atacante observaba el cuerpo ya sin vida de su víctima. Y así se quedó por unos minutos que se le hicieron interminables al testigo del crimen, quien no hacía más que cubrirse la cara con manos heladas. Entonces, y como repentinamente recordando que había alguien más allí, el asesino lentamente elevó su cara del muerto al hombre acurrucado en el piso a unos pasos de él. Ladeó la cabeza y la luz logró darle tenuemente en la cara, al joven se le cortó la respiración y su corazón pareció dejar de latir.


Una escalofriante sonrisa podrida se dibujó en los heridos labios del monstruo. Con un destello de luz blanca que lastimaba los ojos, la escena desapareció, dando paso al presente.


Pero, ¿cuál era la realidad? ¿Alguien más lo había matado? ¿Él mismo lo había hecho? ¿O una copia macabra de él era el responsable de tal atroz crimen? Sea cual fuera la respuesta correcta a esas preguntas, la más importante para el joven seguía siendo: ¿Soy el asesino o un cómplice? Porque al fin y al cabo se reducía a eso, la culpa que lo carcomía por dentro giraba en torno a esa línea de pensamientos. Si no había ayudado a su padre, era cómplice, si lo había matado, era el asesino.


—Entonces —dijo aquella oscura copia de su ser—, ¿cuál realidad elige?


Se miraron por unos segundos sin emitir sonido alguno. Paso a paso fueron dando la vuelta a la mesa para encontrarse frente a frente, separados por no más que unos pocos centímetros. Ambos ladearon la cabeza a la misma vez, pero en sentidos opuestos; mientras el familiar desconocido lo hacía hacia la izquierda, el joven lo hacía hacia la derecha. Y estirando uno, la mano izquierda y el otro, la derecha, entrelazaron sus dedos, desde donde surgió una explosión de hirviente luz amarillenta. Todo a su alrededor se desvaneció, absorbiendo a ambos con su brillo.


Del otro lado del cristal, el detective y policía observando la escena intercambiaron una mirada de extrañeza.


—¿Llamo al psicólogo?


El detective encargado del interrogatorio asintió lentamente sin emitir palabra.

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viernes, 20 de noviembre de 2020

La llamada
noviembre 20, 20200 Comments

 




Sobre mí sopla una seca brisa cálida; debajo, fluye una húmeda corriente fría. El dulce canto de los pájaros a lo alto se mezcla en perfecta armonía con el tranquilo sonido de las pequeñas olas al golpear mi cuerpo.


Desde la distancia el estridente sonido de un teléfono quebranta la paz a mi alrededor. Maldigo internamente, luego de pestañear unas cuantas veces mis ojos claros finalmente se acostumbran a los rayos del sol que se abren paso entre las hojas del árbol encima de mí. Suelto un quejido por lo bajo cuando fuertes punzadas de dolor, que suben por mi entumecida nuca, se clavan como dagas en mis sienes. A pesar de ver borroso (no tengo puestos los lentes) miro alrededor y consigo entender en dónde me encuentro.


Estoy en el medio de mi piscina, en mi flotador de unicornio preferido. Con el dorso de la mano me limpio la baba de los labios y barbilla para después fregarme los ojos en un vano intento por mejorar mi visión. Ugh, tengo un asqueroso gusto a alcohol y cigarrillos en la boca, necesito desesperadamente un vaso de agua helada.


—¿¡Pero qué…?! —mi voz sale ronca y raspa mi garganta reseca.


Por primera vez noto lo que llevo puesto. No tengo más que mis calzoncillos y unas botas rojas de taco aguja largas hasta la rodilla. ¿Con quién carajos había perdido la apuesta esta vez? Como puedo, llego hasta la orilla y me bajo del inflable. Mientras avanzo hacia las puertas del jardín veo dos mujeres en ropa interior durmiendo en los camastros al costado de la piscina. ¿¡Y quién carajos son esas?! Tendré que presentarme más tarde.


Negando para mí mismo sigo mi tambaleante camino. Mi cara duele también, por favor, no, suplico silenciosamente, cualquier cosa menos mi cara. Una vez dentro observo mi reflejo en el espejo alargado a la derecha de la puerta.


—¡Ay, no! —grito horrorizado.


Ceja izquierda rota, pómulo amoratado, labio partido, nariz ensangrentada, la toco cuidadosamente, bueno, al menos no me la rompieron. Bajo la mirada a mis puños, definitivamente me había defendido bien… tal vez demasiado bien. ¿No es demasiada sangre para unos simples golpes defensivos? ¡Ah, hey! Mirá eso, lindas piernas, contemplo las botas, me quedan bien. Recaigo nuevamente en el resto de mi apariencia.


—¿Qué mierda pasó anoche?


Flashes confusos de sucesos del día anterior golpean mi memoria. Había salido de casa el día anterior a las cinco de la tarde para ir a la fiesta de un conocido a unas calles de distancia, pero antes… ¿había pasado por mi bar usual? Seguramente lo había hecho. ¡Sí! Había ido allí, recuerdo haber entrado y pedido lo de siempre, pero luego de eso todo se vuelve confuso y borroso.


El aire se me escapa abruptamente entre dientes cuando otra punzada de dolor me atraviesa la cabeza. Carajos, necesito un analgésico. Continúo caminando hacia la cocina, allí reviso la hora en el reloj colgado en la pared. Cinco… de la tarde supongo, por la posición del sol.


¿¡Qué me pasó en las últimas veinticuatro horas?! ¿Porque pasaron solo veinticuatro horas, no? Imposible que sea más de un día… ¿Dónde está mi celular? Necesito saber en qué día vivo.


Repentinamente se me paran los pelos de la nunca al sentir que no estoy solo allí. Dando un salto me giro en alerta. Suelto una maldición junto al aire retenido en mis pulmones, no es más que otro extraño inconsciente en mi casa, tirado sobre la mesada, me había encontrado con otros cuatro de camino a la cocina.


Con una mano en el pecho trato de calmarme, esto no le está haciendo bien a mi adolorido cuerpo. Estoy por buscar una aspirina cuando aquel desconocido sonido se hace eco por las paredes de la mansión. Un teléfono, pero no suena como mi teléfono… No, es un sonido diferente. Había olvidado por completo qué me había despertado en primer lugar.


Pisando lleno de inseguridad comienzo a caminar hacia el ruido, mis tacones resuenan escandalosamente con cada paso sobre las baldosas de cerámica blancas. Encuentro al causante del sonido y me detengo a cuantos precavidos pasos de distancia.


A un lado de las escaleras, sobre una antigua mesita marrón pequeña de alargadas patas trabajadas a mano, me espera un increíble teléfono antiguo que nunca antes vi en mi vida pero que de alguna manera conozco. Es un Esqueleto Ericsson 1892. Base de madera oscura decorada con dorados símbolos extraños, a un lado lo que supuse eran baterías y debajo de ella algún tipo de campana de metal brillante. En la parte superior de la base, una fila de tornillos grandes, una pequeña manivela conectada a un delicado engranaje que supuse era para marcar la línea a la que quisieras llamar. Sobre la base descansa un pesado auricular con un tubo negro por el que hablar, conectado a este por un grueso cable de color cobre.


Aquella invención de metal y madera brilla como nuevo a pesar de pertenecer a finales del 1800. La escena trae consigo una oleada de mareo que azota mi cuerpo, haciéndome tambalear. No puedo evitar pensar que aunque el teléfono no pertenece ni a este espacio ni a esta línea temporal, allí se encuentra junto a su mesa, como si ese fuera su lugar natural; como si siempre hubieran estado allí.


Vuelve a sonar estridentemente, como regañándome por no atenderlo de una buena vez. Lentamente me acerco a él y estirando una temblorosa mano en su dirección finalmente atiendo la llamada. No digo palabra alguna, sino que espero a que la persona respirando del otro lado de la línea explique el significado de todo esto.


—Noche alocada —finalmente habla una voz distorsionada, a pesar de no ver y no tener la menor idea de quién es, siento la sonrisa en sus palabras.


Mi mareo ya de por sí terrible, empeora de golpe, trayendo con él nuevas corrientes de recuerdos rotos. Agarro con fuerza el auricular del lujoso teléfono. Cierro los ojos mientras aprieto los dientes.


—Sé lo que hiciste anoche —su tono es amenazante.


, pienso lleno de terror, yo también, y ahora desesperadamente deseo volver al tiempo en el que no lo hacía.

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viernes, 6 de noviembre de 2020

Dos piezas de un mismo puzle
noviembre 06, 20200 Comments

 







—¡Mi cara es un desastre! —se queja la chica apretando su cara entre ambas manos.


El chico la mira como si hubiera perdido la cabeza pero para nada sorprendido con este tipo de comentario.


—¿Y eso por qué? —yo no le veo nada de malo, piensa mientras continúa reponiendo los productos del sector de cocina.


—Me estoy descuidando últimamente, necesito hacerme un millón de mascarillas faciales pero sigo olvidándome de comprármelas. Me acabo de ver en el espejo del baño y casi infarto.


Él le pone los ojos en blanco y sigue con lo suyo.


—Vanesa, ¡te pagamos por trabajar, no hablar con tu novio! —ordena la encargada.


—Sí —responde ella arrastrando la «i».


Con un rápido movimiento de manos se despide de él y se va a hacer su trabajo. Las horas pasan lentamente en el supermercado. Ella entraba antes que él y se iba una hora antes, tan descuidada como era ni siquiera se le ocurrió pasar por el sector de belleza y comparase esa máscara de cara que tanto quería. Él suelta un largo suspiro antes de sonreír mientras la observa irse desesperada del trabajo. Una vez su turno termina, se dirige al sector de belleza y les explica a las chicas del sector lo poco que había entendido de las máscaras que su novia tanto quiere.


—¿Pero qué quiere? ¿Exfoliación…?


—¿Eh? ¡Yo qué sé!


—¿Tiene piel mixta, grasosa o seca?


Él las mira con la boca abierta sin pestañear. ¿Cómo que mixta? ¿¡Cómo iba a saber él eso?!


—Ah —se queja sacando su celular—, esperen que la voy a llamar.


Ella atiende enseguida.


—¿Por qué no nos referimos al poyo como carne? Porque también es carne —fue su saludo del otro lado de la línea.


—Buena pregunta, pero no tengo la respuesta. Lo que sí tengo es otra pregunta para vos.


—Dispará.


—¿Qué tipo de piel tenés? ¿Y qué crema era la que querías? Te la estoy comprando así que apurate.


—¡Ay, no! ¡Me olvidé otra vez!


—No me digas.


—Mi asquerosa piel es mixta. ¡Y comprame dos! Una exfoliante, que estuvimos hablando con las gurisas de esa y otra hidratante, plis. ¡Y gracias! Te voy a esperar con la comida pronta.


—Si estás tan agradecida, ¿por qué vas a castigarme de esa manera?


—¡Entonces morite de hambre, bruto!


Y corta la llamada. Se le escapa una leve carcajada que dura unos breves segundos. Rápidamente se recompone, se aclara la garganta y vuelve a estar serio. Después de comprar vuelve al apartamento y, en efecto, ella había estado cocinando porque el pequeño espacio estaba inundado en humo.


—Lo predije, ¿o no? —se pregunta mientras pasa el umbral de la puerta de entrada.


Ella trata de deshacerse del humo con un repasador que mueve para todos lados sobre su cabeza. Él se detiene para observarla, pasa un rato hasta que finalmente ella se da cuenta que él llegó. Al notarlo se queda estática.


—La comida está bien, lo juro.


—Sí, el humo debe venir de afuera.


—Qué te puedo decir, la contaminación del aire está cada vez peor.


—Y vos no ayudás a la causa —murmura acercándose a ella.


—¿Perdón? No te escuché bien —le dice molesta.


—Tomá —le tiende la bolsita con las cremas—, tus preciadas cremas.


—¡Ay, gracias! —agarra la bolsa como si fuera un millón de dólares.


—De nada.


A él siempre le había gustado la manera en que sus ojos se encendían cuando sonreía de esa manera.


—¿Cuánto salieron? ¿Cuánto te debo? —le pregunta mientras abre las cajitas.


Él le frunce el ceño.


—Nada —ella eleva la mirada de las cremas a él—, es un regalo.


Ella trata de ocultar una sonrisa en vano. Él le pone los ojos en blanco.


—Bueno, gracias.


Él se rasca la parte trasera de la cabeza apartando la mirada mientras esconde una mano en el bolsillo delantero de su vaquero.


—Estás exagerando, solo son unas cremas —apunta a las cremas con su mano.


—¿Te puedo mostrar mi aprecio?


Él la mira directo a los ojos.


—Depende de cómo me lo quieras mostrar.


—¡Ay, sos un cerdo! —y golpea levemente su hombro.


—¡En qué estás pensando! ¿Eh, eh? —ella se sonroja Él ya sabía que esa sería su reacción, también le encantaba cuando se sonrojaba—. Yo solo me refería que no me hicieras comer lo que sea que quemaste.


—¡No quemé nada! ¡Nada se quemó! —le grita ella avergonzada—. Y pedí piza, si querés, no me importa.


Ahora le toca a él tratar de ocultar su sonrisa.


—Pero volviendo al tema de mostrar tu gratitud. Cualquier forma es bien aceptada.


Ella lo mira entrecerrando los ojos.


—¡Sabía que pensabas cosas pervertidas! —ella se acerca y deposita un rápido beso en su mejilla.


—¡Cosas pervertidas! ¿Yo?


—¡Ja! —ella se voltea y camina en dirección a la cocina—. Sí, «Mi pobre angelito».


—¡Ese niño era todo menos un angelito! —se defiende él apuntando con un dedo a su espalda mientras la sigue.


—No, si sos un genio en captar los dobles sentidos.


—¿Ah? ¿Y ahora por qué te enojaste?


A pesar de ninguno querer confesarlo, ambos disfrutaban de estas estúpidas discusiones sin importancia que terminaban con «Netflix and chill» con su serie preferida de fondo. Era como si estuvieran hechos el uno para el otro, y a pesar de que él conocía bien el miedo de Vanesa al compromiso, también sabía que terminarían casándose algún día. Él solo tenía que ser paciente y darle su tiempo, así que se limitaba a seguirle la corriente y acompasarse a su ritmo.


Por lo que así continuaron el resto de la noche, discutiendo sin realmente discutir, y dejando que la corriente los llevara a donde sea debían llegar. Ya habían luchado contra ella por demasiado tiempo y aun así, no habían conseguido vencerla. Después de todo, acá estaban.


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