Viene de familia, Parte 2 - Jane Doe

Jane Doe

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¡Bienvenidos! Les explico un poco de qué va el blog: «Diario de una Jane Doe» es el espacio que encontré para dejar salir todo eso que me gusta o lo que no, lo que me molesta o lastima, y lo que amo, los invito a hacer lo mismo en los comentarios. En «Rincón Literario» encontrarán «Recomendaciones» donde recomiendo libros, «Hablemos de…» que es un espacio para charlar sobre temas relacionados a la literatura incluyendo noticias sobre el mundo literario, en «Libro del mes» podemos charlar sobre un libro específico elegido para ese mes; «Conociendo autores» es un lugar para hacer eso exactamente, conocer un poco de los grandes autores detrás de las letras. Bajo el título «De Tinta y Papel» voy a subir unos relatos/cuentos/historias cortas que escribo. Por último, en «Rincón de entretenimiento» tenemos, por un lado, «Series de TV» donde podemos recomendar y hablar de series, y en «K-dramas» hacemos lo mismo que con series pero esta vez de dramas coreanos :) Espero que se queden, ¡y que empiece el viaje!

jueves, 16 de enero de 2020

Viene de familia, Parte 2

















Ella les sonrió con toda la dulzura y simpatía que carecía, ¡quién iba a creerlo! De ser la peor mentirosa en el mundo a ser la nueva Alison DiLaurentis. Había perfeccionado tanto su nueva máscara que a veces, estando sola, llegaba a confundir quién era y quién pretendía ser.

—Siempre nos invitás para el café —comentó la señora Lester mientas se ponía de pie junto a su siempre malhumorado marido—, esperamos que la próxima invitación sea para un almuerzo.

Por dentro Teresa se petrificó, pero por fuera su estructura era de perfecta serenidad y confianza.

—Soy muy nueva en todo esto, prefiero esperar a su invitación. Ya saben, y por mientras aprender de ustedes y su estilo de vida.

Esto pareció satisfacer a la madre de su novio, pero no a su padre. ¡Qué sorpresa! Pensó para nada sorprendida y hasta un poco molesta.

—Mejor no apresurar las cosas —intervino Sean, pasando un brazo por los hombros de su novia. Su voz seguía temblándole cada vez que los cuatro se encontraban solos en una habitación—. Bastante bien se tomó todo el asunto.

¡Tremendo eufemismo, «bastante bien»! No es todos los días que te enterás que la familia de tu novio y tu mejor amiga son caníbales, que incluso ellos mismos son caníbales y que además te hicieron comer carne humana sin que vos lo supieras y mucho menos sin tu consentimiento… ¡ah!, y que además después de que te enterarás de todo esto, su familia entera te dice: o te nos unís o te comemos. No, se podría decir que «bastante bien» era quedarse bastante corto.

Una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer para sobrevivir, se había convencido Teresa. Durante la primera semana notó que la seguían a todos lados en todo momento, jamás los había visto pero sí los había sentido cada vez que ponía un pie fuera de su residencia.

Al llegar a su casa le había pedido a su novio y mejor amiga un día de espacio para pensar y calmarse. Ese día apagó el teléfono y no salió de las cuatro paredes del cuarto de su residencia. Estaba aterrada, no tenía idea de qué hacer con lo que tenía. Se había dispuesto ir a la comisaría, pero al salir al otro día notó que la seguían por primera vez. Entonces recordó que uno de los tíos de su novio trabajaba en la comisaría, no tenía idea de cuál de todas las comisarías de la ciudad, pero prefería no correr el riesgo. Fue ahí que su paranoia la golpeó, ¿y si eran como una secta? ¿Y si había más como ellos y no se detenía solo en esa familia? ¿Cuántos había en la ciudad, serían los únicos? ¿Cuántos había en el país? ¿Y en el resto del mundo?

Decidió que la mejor manera de proceder por el momento era seguirles la corriente dentro de sus límites. Se reunió con su novio y amiga y les dijo que no abriría la boca, les guardaría el secreto pero que todavía no estaba lista para seguir su dieta. Es más, ella jamás se los contó, pero desde aquél mediodía no había logrado volver a comer ningún tipo de carne… ni siquiera pescado, apenas sí se atrevía a comer vegetales, era como si su apetitos se hubiera extinguido, estaba comiendo notablemente menos y vivía el día entero con náuseas. Su compañera de cuarto se había burlando diciendo que estaba embarazada, pero Teresa sabía bien cuál era la razón por su cambio drástico en la comida… al parecer comer carne humana tiende hacerle eso a uno. Bueno, no a todos aparentemente.

Teresa sabía una cosa, jamás podría vivir como ellos lo hacían, pero tampoco quería morir, y menos ser alimento para estos monstruos repulsivos. Así que, ¿cómo carajos se salía de este lío en que la habían metido? La insistente presión de sus suegros para acompañarlos durante la cena o almuerzo la dejaban en un constante estado de nervios que solo iban en aumento. Estaba lejos llegar a una decisión, no tenía idea de para qué lado salir corriendo. ¿Y era esa siquiera una buena idea?

—Quiero ir de a poco —les respondió lentamente con extrema seriedad—, quiero conocer más sobre su religión. Sean me habló del ritual de iniciación, pero no me dijo mucho del tema —él se tensó—, sé que su religión es algo muy serio e importante para ustedes, así que quiero hacer las cosas bien —cualquier cosa que me gane más tiempo, pensó al borde de la histeria.

Ante estas palabras, los padres parecieron gratamente sorprendidos. Bueno, al menos la señora que pronto abrazó sonriente a la nerviosa chica, mientras que el padre se limitó a fruncir más su ceño, no en desagrado, pero tampoco complacido… eso ya era algo, supuso la chica.

Teresa respiró aliviada una vez los padres se fueron. Con un leve movimiento de hombros se sacudió el brazo de Sean y se alejó con la excusa de recoger los platillos y tazas.

—No te preocupes por ellos —murmuró el chico observándola sin atreverse a acercarse—, no te va a apurar…

—Sí, claro. Convertirme a su secta y cerrar la boca me ganará un poco de tiempo, pero no me sirve de mucho —ella clavó sus ojos en él—. Sin mi consentimiento me obligaste a este estilo de vida, yo no decidí nada, así que ahora es unirme y odiarme por el resto de mi vida o negarme y morirme.

Él tragó con fuerza sin poder sostenerle la mirada.

—Muchas gracias por no darme opciones y por mentirme por meses.

—¿Me odiás? —susurró sin levantar la mirada del piso.

¡Claro que te odio! Gritó en su cabeza, pero eso solo firmaría su sentencia.

—No te odio, pero no esperes que no esté enojada.

—¿Todavía me amás? —esta vez sí elevó su mirada a la de ella.

¿Cómo hacer una mentira de esas proporciones creíble? Demoró un minuto entero antes de contestar.

—Sí, lamentablemente mi amor propio está un asco últimamente.

—Perdón.

Lágrimas de cocodrilo, pensó ella. Lo odiaba, lo odiaba como jamás había odiado a nadie. Justo en ese momento llegó el mensaje de Anna, la prima de Sean, y la que alguna vez había considerado su mejor amiga.

—Tu prima me está esperando. Confío en que podés encargarte de limpiar esto solo.

—Sí, claro.

Se acercó al él con piernas temblorosas y depositó un rápido beso en su mejilla. Con el estómago revuelto se apresuró a tomar sus cosas y salir del apartamento, cada vez que tenía que venir al apartamento y estar a solas en un lugar cerrado como este se le ponía los pelos de punta, pero era algo que tenía que hacer.

Mientras bajaba del ascensor le respondió a su amiga (ahora ex-amiga, pero solo en su cabeza, esas eran cosas que no podía decir en voz alta si quería seguir respirando otro mísero día más) que ya estaba en camino. Había decidido hacer las pocas cuadras hasta el shopping caminando, apenas era media hora. Los minutos le servirían para preparase mentalmente y el aire del exterior la ayudaría a recobrar fuerzas, últimamente pasaba de su novio caníbal a su amiga caníbal, por lo que se aferraba con uñas y dientes a cada segundo de tiempo a solas que podía conseguir. No les podía decir que no, no muy seguido al menos. Era obvio que todo esto solo era otra medida para mantenerla bajo control. Estaba contra la espada y la pared. Lo bueno era que al menos ya no había familiares enfermos siguiéndola, o al menos ya no sentía que la seguían. Esperaba que su sexto sentido estuviera intacto.

Primero sintió una fuerte presión entorno a su brazo que tiró de ella hacia un costado, inmediatamente seguido por una mano que le cubrió la boca, finalmente una tela negra cayó sobre sus ojos. Le pareció que entre dos personas la tomaban de las piernas y torso y la tiraban sobre una superficie dura. El ruido combinado a la paranoia constante en que se encontraba desde hacía semanas llegó a la rápida conclusión de que la habían tirado en una furgoneta y que la secuestraban para asarla a las brasas este domingo. Trató de gritar mientras pataleaba pero ahora había otro pedazo de tela cubriendo su boca.

—Cálmese, señorita —pedía una voz masculina que le recordaba a todos los abuelos del mundo—. No vamos a lastimarla.

—O más bien vamos a lastimarla si no se deja de estupideces —intervino una segunda voz masculina que sonaba a alguien más joven y más grosero también.

Su cuerpo entero temblaba del miedo y la impotencia. Cómo extrañaba esos días en los que su mayor complicación era salvar un maldito examen de facultad. Ahora rogaba desesperada por volver el tiempo atrás, a los días en que no conocía a estas dos desagradables personas que habían cagado su vida por completo.

Sin previo aviso le quitaron la venda de los ojos, pero sus manos y pies estaban atados. Pestañeó unas cuantas veces hasta poder centrar su vista, carajos, su visión estaba cada vez peor, era acostumbrarse a usar lentes o no ver a más de dos metros de distancia… ¡pero por qué mierda me preocupo por eso si no voy a vivir más de allá este día!

—Calmate, solo queremos ayudarte.

Era el dueño de la segunda voz, un chico de unos veinti tantos años, vestido de negro de pies a cabeza. Sus ojos oscuros destilaban desprecio y antipatía hacia la chica, su ceño fuertemente fruncido le recordaba al padre de su novio come humanos. Otra oleada de terror. Jamás lo había visto en su vida, ni a él ni al señor arrodillado a su lado, ¿sería esa entonces una buena noticia? Por el leve parecido entre ambos supuso que sería su abuelo, el abuelo más fuerte del mundo.

A duras penas se alejó lo máximo que pudo de aquellos dos desconocidos. Su mirada iba de uno a otro sin detenerse más de un segundo en cada uno.

—Sabemos de tu… situación —explicó el joven—y estamos dispuestos a ayudarte si nos ayudás a nosotros.

¿Cómo sabían de su situación? ¿Quiénes eran estas personas? ¿Secuestraban para alimentar a los retorcidos familiares de su novio?

—Somos como cazadores… por así decirlo —¡mierda, me cazaron! Soy la vaca, la cena, o almuerzo, vaya uno a saber para cuál estarán de humor—. ¡Che, che! ¡Calmate, calmate! No estamos interesados en humanos normales, racionales y pacíficos, solo vamos atrás de los adoradores de Wendigos.

Teresa se calmó instantáneamente mientras trataba de procesar esta información. ¿De qué hablaba? ¿Si quiera estaba diciendo la verdad? ¿Podía creer en las palabras de estos desconocidos que la habían maniatado y tirado dentro de un vehículo sospechoso? Lo cierto es que su poca confianza en el mundo se había hecho añicos con los sucesos recientes. En estos casos es mejor seguirles la corriente, razonó. Ella y el chico intercambiaron una larga mirada, luego de un rato él alzó sus manos a ambos lados de su cara.

—Te voy a sacar la venda de la boca, pero no grites.

Teresa asintió frenéticamente. Lentamente, con extremo cuidado y ya preparado para sus gritos, él se la quitó. Al notar que se mantenía calmada y en silencio el señor soltó un suspiro de alivio.

—¿Q-qué querés decir con ir atrás y estar interesados? —aunque ya se hacía una buena idea—. ¿Qué significa «Wendigos»? ¿Quiénes son?

—Nosotros nos encargamos de que los mitos y leyenda sigan siendo eso —respondió el señor con extrema seriedad—, fantasía. Hay humanos que creen en ciertos mitos y leyendas urbanas, y por más terribles que sean, intentan «revivir» a las criaturas o hecho de estas historias.

—¿Son reales? —no pudo evitar el preguntar a pesar de su garganta reseca.

Ambos negaron.

—No —volvió a responder el señor—, pero ellos creen que sí —todo esto le daba mala espina a ella. ¿Haría bien en creerles? ¿Tenía otra opción?—y hacen lo que sea por esta creencia suya, por más cruel que sea.

—Los Lester son una de las tantas familias que creen en los Wendigos, los ven como dioses salvadores —continuó el más joven—. Los que vienen a salvar a la humanidad de… bueno, toda humanidad y volvernos a nuestras supuestas raíces, sacando no al animal que tenemos dentro…

—Eso sería incluso mejor que esto —murmuró el otro con pesar.

—… sino que al monstruo que según ellos somos realmente —¿cómo? se preguntó mentalmente—. Los Wendigos son una leyenda antigua, son criaturas que se alimentan de carne humana y existen solo para eso, matar y alimentarse. Se supone que antes de convertirse en semejantes monstruos, eran humanos que pasaban hambre y al no tener alimento, comenzaron a comerse entre ellos, transformándose así en monstruos que comen humanos.

—Esperá, ¿entonces son humanos?

—Siempre fueron humanos… físicamente al menos. Humanos que cometían crímenes monstruosos. Ese solo era un cuento que contaban las personas para evitar dichos crímenes, para diferenciar el mal del bien y mantener la paz en su comunidad.

—Se podría decir que les salió el tiro por la culata —pensó Teresa en voz alta.

—Sí, para otros significó exactamente lo opuesto. Vieron libertad en el horror.

—Ese es el caso de muchos humanos que adoran leyendas y mitos parecidos a estos —continuó el abuelo de Wolverine—. En todos mis años me he encontrado con innumerables casos diferentes —en sus cansados ojos se veía lo hondo que el horror de estos casos había cavado en él—. Hay otros, como el caso de los Lester, que saben bien que jamás existieron dichos monstruos, pero que creen en ellos de otra manera, creen en… su estilo de vida, si se le puede llamar así. Para ellos, los Wendigos son el camino hacia la liberación, saben que no se van a transformar en una bestia con cuernos de apariencia entre animal y humana, sino que el cambio es interno; preo créame cuando le digo, sí existen personas que creen en el cambio físico.

—Me perdí.

—Ellos ya se creen Wendigos —explicó el más joven—. Comen carne humana, comenten estos crímenes atroces, el cambio ya sucedió en ellos, en su interior, está en su forma de ver al mundo, a la sociedad, al bien y al mal, a ellos mismos. Son mejores que el resto de nosotros.

—¿Se creen superiores? —preguntó horrorizada, él asintió en respuesta—. Y es lo que me quieren hacer a mí —una oleada de náuseas sacudió su cuerpo.

—Ellos quieren mejorarte, por así decirlo. Sería como dar un gran salto adelante, serías mejor que la persona normal ya que te convertirías en una especie de diosa, como ellos, que se convirtieron en los dioses a los que adoraban.

—¿Todo eso solo por su dieta del horror?

—Por su forma de pensar. Los humanos somos el mal del mundo, entonces, ¿por qué aparentar lo que no somos? Todos somos monstruos vestidos con disfraces de humanidad. Según ellos, este disfraz solo nos ata, nos ancla, evita que avancemos hacia ser lo que estamos destinados a ser.

—Monstruos —respondió la chica con hilo de voz.

—Precisamente.

—Casi estoy de acuerdo con ellos, pero tengo que ser sincera, su dieta no termina de convencerme —la desesperación se empezó a escuchar en su voz—. ¡No quiero esto para mí, no quiero ser como ellos, por favor, tienen que ayudarme! ¡No quiero, no quiero!

Cerró la boca como si la hubieran golpeado de lleno en la cara. Mierda, mierda, ¡mierda! ¿Y si la familia de su (ex) amiga y (ex) novio estaban detrás de todo esto? ¿Y si esta era una prueba de lealtad? Había fallado miserablemente, estaba perdida, ya era comida. La iban a matar y comer con ensalada rusa, ¡todo por no pensar antes de hablar!

Bueno, ya no le quedaba nada más que hacer además de gritar a todo pulmón y tratar de dar partas y puñetazos a diestra y siniestra. Con gran dificultad entre los hombres le volvieron a poner la mordaza, mientras le pedían que se calmara. Pero ella estaba más allá de todo razonamiento, de verdad no quería morir, pero menos quería terminar convirtiéndose en un monstruo que se creía superior a los demás por hacer cosas horribles a las que titulaba de libertad. ¡Como si la humanidad necesitara más excusas por sus atrocidades! Primero muerta antes que presa de la crueldad.

Y entonces su visión se tiñó de negro y cayó al vacío de la inconcina. Cuando fue arrojada nuevamente a la luz y recobró sus sentidos, ya no estaba en la camioneta, sino que en su cuarto de residencia. Cabe destacar que su cuerpo entero le dolía y su cabeza palpitaba despiadadamente. Estaba tendida en su cama, la cortina abierta de par en par mostrando una hermosa noche estrellada. Con gran dificultad logró sentarse, qué sueño tan extraño…

—Ya era hora, Bella Durmiente.

La voz grave del chico sentado en la cama de su amiga la sobresaltó. Soltó un gritito que la avergonzó instantáneamente, mientras apretaba sus manos sobre su pecho.

—¿¡Qué carajos…?!

—Antes de que empieces a gritar como desquiciada otra vez: no, no estamos con ellos, estamos contra ellos. ¿Y vos, de qué lado estás?

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