Ella les sonrió con toda la dulzura
y simpatÃa que carecÃa, ¡quién iba a creerlo! De ser la peor mentirosa en el
mundo a ser la nueva Alison DiLaurentis.
HabÃa perfeccionado tanto su nueva máscara que a veces, estando sola, llegaba a
confundir quién era y quién pretendÃa ser.
—Siempre nos invitás para el café
—comentó la señora Lester mientas se ponÃa de pie junto a su siempre
malhumorado marido—, esperamos que la próxima invitación sea para un almuerzo.
Por dentro Teresa se petrificó,
pero por fuera su estructura era de perfecta serenidad y confianza.
—Soy muy nueva en todo esto,
prefiero esperar a su invitación. Ya saben, y por mientras aprender de ustedes
y su estilo de vida.
Esto pareció satisfacer a la madre
de su novio, pero no a su padre. ¡Qué
sorpresa! Pensó para nada sorprendida y hasta un poco molesta.
—Mejor no apresurar las cosas
—intervino Sean, pasando un brazo por los hombros de su novia. Su voz seguÃa
temblándole cada vez que los cuatro se encontraban solos en una habitación—.
Bastante bien se tomó todo el asunto.
¡Tremendo eufemismo, «bastante
bien»! No es todos los dÃas que te enterás que la familia de tu novio y tu
mejor amiga son canÃbales, que incluso ellos mismos son canÃbales y que además
te hicieron comer carne humana sin que vos lo supieras y mucho menos sin tu
consentimiento… ¡ah!, y que además después de que te enterarás de todo esto, su
familia entera te dice: o te nos unÃs o te comemos. No, se podrÃa decir que
«bastante bien» era quedarse bastante
corto.
Una chica tiene que hacer lo que
tiene que hacer para sobrevivir, se habÃa convencido Teresa. Durante la primera
semana notó que la seguÃan a todos lados en todo momento, jamás los habÃa visto
pero sà los habÃa sentido cada vez que ponÃa un pie fuera de su residencia.
Al llegar a su casa le habÃa pedido
a su novio y mejor amiga un dÃa de espacio para pensar y calmarse. Ese dÃa
apagó el teléfono y no salió de las cuatro paredes del cuarto de su residencia.
Estaba aterrada, no tenÃa idea de qué hacer con lo que tenÃa. Se habÃa dispuesto
ir a la comisarÃa, pero al salir al otro dÃa notó que la seguÃan por primera
vez. Entonces recordó que uno de los tÃos de su novio trabajaba en la
comisarÃa, no tenÃa idea de cuál de todas las comisarÃas de la ciudad, pero
preferÃa no correr el riesgo. Fue ahà que su paranoia la golpeó, ¿y si eran
como una secta? ¿Y si habÃa más como ellos y no se detenÃa solo en esa familia?
¿Cuántos habÃa en la ciudad, serÃan los únicos? ¿Cuántos habÃa en el paÃs? ¿Y
en el resto del mundo?
Decidió que la mejor manera de
proceder por el momento era seguirles la corriente dentro de sus lÃmites. Se
reunió con su novio y amiga y les dijo que no abrirÃa la boca, les guardarÃa el
secreto pero que todavÃa no estaba lista para seguir su dieta. Es más, ella
jamás se los contó, pero desde aquél mediodÃa no habÃa logrado volver a comer
ningún tipo de carne… ni siquiera pescado, apenas sà se atrevÃa a comer
vegetales, era como si su apetitos se hubiera extinguido, estaba comiendo
notablemente menos y vivÃa el dÃa entero con náuseas. Su compañera de cuarto se
habÃa burlando diciendo que estaba embarazada, pero Teresa sabÃa bien cuál era
la razón por su cambio drástico en la comida… al parecer comer carne humana tiende
hacerle eso a uno. Bueno, no a todos aparentemente.
Teresa sabÃa una cosa, jamás podrÃa
vivir como ellos lo hacÃan, pero tampoco querÃa morir, y menos ser alimento
para estos monstruos repulsivos. Asà que, ¿cómo carajos se salÃa de este lÃo en
que la habÃan metido? La insistente presión de sus suegros para acompañarlos durante
la cena o almuerzo la dejaban en un constante estado de nervios que solo iban
en aumento. Estaba lejos llegar a una decisión, no tenÃa idea de para qué lado
salir corriendo. ¿Y era esa siquiera una buena idea?
—Quiero ir de a poco —les respondió
lentamente con extrema seriedad—, quiero conocer más sobre su religión. Sean me
habló del ritual de iniciación, pero no me dijo mucho del tema —él se tensó—, sé
que su religión es algo muy serio e importante para ustedes, asà que quiero
hacer las cosas bien —cualquier cosa que
me gane más tiempo, pensó al borde de la histeria.
Ante estas palabras, los padres
parecieron gratamente sorprendidos. Bueno, al menos la señora que pronto abrazó
sonriente a la nerviosa chica, mientras que el padre se limitó a fruncir más su
ceño, no en desagrado, pero tampoco complacido… eso ya era algo, supuso la
chica.
Teresa respiró aliviada una vez los
padres se fueron. Con un leve movimiento de hombros se sacudió el brazo de Sean
y se alejó con la excusa de recoger los platillos y tazas.
—No te preocupes por ellos —murmuró
el chico observándola sin atreverse a acercarse—, no te va a apurar…
—SÃ, claro. Convertirme a su secta
y cerrar la boca me ganará un poco de tiempo, pero no me sirve de mucho —ella
clavó sus ojos en él—. Sin mi consentimiento me obligaste a este estilo de
vida, yo no decidà nada, asà que ahora es unirme y odiarme por el resto de mi
vida o negarme y morirme.
Él tragó con fuerza sin poder
sostenerle la mirada.
—Muchas gracias por no darme
opciones y por mentirme por meses.
—¿Me odiás? —susurró sin levantar
la mirada del piso.
¡Claro
que te odio!
Gritó en su cabeza, pero eso solo firmarÃa su sentencia.
—No te odio, pero no esperes que no
esté enojada.
—¿TodavÃa me amás? —esta vez sÃ
elevó su mirada a la de ella.
¿Cómo hacer una mentira de esas
proporciones creÃble? Demoró un minuto entero antes de contestar.
—SÃ, lamentablemente mi amor propio
está un asco últimamente.
—Perdón.
Lágrimas de cocodrilo, pensó ella.
Lo odiaba, lo odiaba como jamás habÃa odiado a nadie. Justo en ese momento
llegó el mensaje de Anna, la prima de Sean, y la que alguna vez habÃa
considerado su mejor amiga.
—Tu prima me está esperando. ConfÃo
en que podés encargarte de limpiar esto solo.
—SÃ, claro.
Se acercó al él con piernas
temblorosas y depositó un rápido beso en su mejilla. Con el estómago revuelto
se apresuró a tomar sus cosas y salir del apartamento, cada vez que tenÃa que
venir al apartamento y estar a solas en un lugar cerrado como este se le ponÃa
los pelos de punta, pero era algo que tenÃa que hacer.
Mientras bajaba del ascensor le
respondió a su amiga (ahora ex-amiga, pero solo en su cabeza, esas eran cosas
que no podÃa decir en voz alta si querÃa seguir respirando otro mÃsero dÃa más)
que ya estaba en camino. HabÃa decidido hacer las pocas cuadras hasta el
shopping caminando, apenas era media hora. Los minutos le servirÃan para
preparase mentalmente y el aire del exterior la ayudarÃa a recobrar fuerzas,
últimamente pasaba de su novio canÃbal a su amiga canÃbal, por lo que se
aferraba con uñas y dientes a cada segundo de tiempo a solas que podÃa
conseguir. No les podÃa decir que no, no muy seguido al menos. Era obvio que todo
esto solo era otra medida para mantenerla bajo control. Estaba contra la espada
y la pared. Lo bueno era que al menos ya no habÃa familiares enfermos
siguiéndola, o al menos ya no sentÃa que la seguÃan. Esperaba que su sexto
sentido estuviera intacto.
Primero sintió una fuerte presión
entorno a su brazo que tiró de ella hacia un costado, inmediatamente seguido
por una mano que le cubrió la boca, finalmente una tela negra cayó sobre sus
ojos. Le pareció que entre dos personas la tomaban de las piernas y torso y la
tiraban sobre una superficie dura. El ruido combinado a la paranoia constante
en que se encontraba desde hacÃa semanas llegó a la rápida conclusión de que la
habÃan tirado en una furgoneta y que la secuestraban para asarla a las brasas
este domingo. Trató de gritar mientras pataleaba pero ahora habÃa otro pedazo
de tela cubriendo su boca.
—Cálmese, señorita —pedÃa una voz
masculina que le recordaba a todos los abuelos del mundo—. No vamos a
lastimarla.
—O más bien vamos a lastimarla si
no se deja de estupideces —intervino una segunda voz masculina que sonaba a
alguien más joven y más grosero también.
Su cuerpo entero temblaba del miedo
y la impotencia. Cómo extrañaba esos dÃas en los que su mayor complicación era
salvar un maldito examen de facultad. Ahora rogaba desesperada por volver el
tiempo atrás, a los dÃas en que no conocÃa a estas dos desagradables personas
que habÃan cagado su vida por completo.
Sin previo aviso le quitaron la
venda de los ojos, pero sus manos y pies estaban atados. Pestañeó unas cuantas
veces hasta poder centrar su vista, carajos, su visión estaba cada vez peor,
era acostumbrarse a usar lentes o no ver a más de dos metros de distancia… ¡pero por qué mierda me preocupo por eso si
no voy a vivir más de allá este dÃa!
—Calmate, solo queremos ayudarte.
Era el dueño de la segunda voz, un
chico de unos veinti tantos años, vestido de negro de pies a cabeza. Sus ojos
oscuros destilaban desprecio y antipatÃa hacia la chica, su ceño fuertemente
fruncido le recordaba al padre de su novio come humanos. Otra oleada de terror.
Jamás lo habÃa visto en su vida, ni a él ni al señor arrodillado a su lado, ¿serÃa
esa entonces una buena noticia? Por el leve parecido entre ambos supuso que
serÃa su abuelo, el abuelo más fuerte del mundo.
A duras penas se alejó lo máximo
que pudo de aquellos dos desconocidos. Su mirada iba de uno a otro sin
detenerse más de un segundo en cada uno.
—Sabemos de tu… situación —explicó
el joven—y estamos dispuestos a ayudarte si nos ayudás a nosotros.
¿Cómo sabÃan de su situación? ¿Quiénes eran estas personas?
¿Secuestraban para alimentar a los retorcidos familiares de su novio?
—Somos como cazadores… por asÃ
decirlo —¡mierda, me cazaron! Soy la vaca,
la cena, o almuerzo, vaya uno a saber para cuál estarán de humor—. ¡Che,
che! ¡Calmate, calmate! No estamos interesados en humanos normales, racionales
y pacÃficos, solo vamos atrás de los adoradores de Wendigos.
Teresa se calmó instantáneamente
mientras trataba de procesar esta información. ¿De qué hablaba? ¿Si quiera
estaba diciendo la verdad? ¿PodÃa creer en las palabras de estos desconocidos
que la habÃan maniatado y tirado dentro de un vehÃculo sospechoso? Lo cierto es
que su poca confianza en el mundo se habÃa hecho añicos con los sucesos
recientes. En estos casos es mejor
seguirles la corriente, razonó. Ella y el chico intercambiaron una larga
mirada, luego de un rato él alzó sus manos a ambos lados de su cara.
—Te voy a sacar la venda de la
boca, pero no grites.
Teresa asintió frenéticamente.
Lentamente, con extremo cuidado y ya preparado para sus gritos, él se la quitó.
Al notar que se mantenÃa calmada y en silencio el señor soltó un suspiro de
alivio.
—¿Q-qué querés decir con ir atrás y
estar interesados? —aunque ya se hacÃa una buena idea—. ¿Qué significa «Wendigos»?
¿Quiénes son?
—Nosotros nos encargamos de que los
mitos y leyenda sigan siendo eso —respondió el señor con extrema seriedad—,
fantasÃa. Hay humanos que creen en ciertos mitos y leyendas urbanas, y por más
terribles que sean, intentan «revivir» a las criaturas o hecho de estas
historias.
—¿Son reales? —no pudo evitar el
preguntar a pesar de su garganta reseca.
Ambos negaron.
—No —volvió a responder el señor—,
pero ellos creen que sà —todo esto le daba mala espina a ella. ¿HarÃa bien en
creerles? ¿TenÃa otra opción?—y hacen lo que sea por esta creencia suya, por
más cruel que sea.
—Los Lester son una de las tantas
familias que creen en los Wendigos, los ven como dioses salvadores —continuó el
más joven—. Los que vienen a salvar a la humanidad de… bueno, toda humanidad y
volvernos a nuestras supuestas raÃces, sacando no al animal que tenemos dentro…
—Eso serÃa incluso mejor que esto
—murmuró el otro con pesar.
—… sino que al monstruo que según
ellos somos realmente —¿cómo? se
preguntó mentalmente—. Los Wendigos son una leyenda antigua, son criaturas que
se alimentan de carne humana y existen solo para eso, matar y alimentarse. Se
supone que antes de convertirse en semejantes monstruos, eran humanos que
pasaban hambre y al no tener alimento, comenzaron a comerse entre ellos, transformándose
asà en monstruos que comen humanos.
—Esperá, ¿entonces son humanos?
—Siempre fueron humanos…
fÃsicamente al menos. Humanos que cometÃan crÃmenes monstruosos. Ese solo era
un cuento que contaban las personas para evitar dichos crÃmenes, para
diferenciar el mal del bien y mantener la paz en su comunidad.
—Se podrÃa decir que les salió el
tiro por la culata —pensó Teresa en voz alta.
—SÃ, para otros significó exactamente
lo opuesto. Vieron libertad en el horror.
—Ese es el caso de muchos humanos
que adoran leyendas y mitos parecidos a estos —continuó el abuelo de Wolverine—.
En todos mis años me he encontrado con innumerables casos diferentes —en sus
cansados ojos se veÃa lo hondo que el horror de estos casos habÃa cavado en
él—. Hay otros, como el caso de los Lester, que saben bien que jamás existieron
dichos monstruos, pero que creen en ellos de otra manera, creen en… su estilo
de vida, si se le puede llamar asÃ. Para ellos, los Wendigos son el camino
hacia la liberación, saben que no se van a transformar en una bestia con
cuernos de apariencia entre animal y humana, sino que el cambio es interno;
preo créame cuando le digo, sà existen personas que creen en el cambio fÃsico.
—Me perdÃ.
—Ellos ya se creen Wendigos
—explicó el más joven—. Comen carne humana, comenten estos crÃmenes atroces, el
cambio ya sucedió en ellos, en su interior, está en su forma de ver al mundo, a
la sociedad, al bien y al mal, a ellos mismos. Son mejores que el resto de
nosotros.
—¿Se creen superiores? —preguntó
horrorizada, él asintió en respuesta—. Y es lo que me quieren hacer a mà —una
oleada de náuseas sacudió su cuerpo.
—Ellos quieren mejorarte, por asÃ
decirlo. SerÃa como dar un gran salto adelante, serÃas mejor que la persona
normal ya que te convertirÃas en una especie de diosa, como ellos, que se
convirtieron en los dioses a los que adoraban.
—¿Todo eso solo por su dieta del
horror?
—Por su forma de pensar. Los
humanos somos el mal del mundo, entonces, ¿por qué aparentar lo que no somos?
Todos somos monstruos vestidos con disfraces de humanidad. Según ellos, este
disfraz solo nos ata, nos ancla, evita que avancemos hacia ser lo que estamos
destinados a ser.
—Monstruos —respondió la chica con
hilo de voz.
—Precisamente.
—Casi estoy de acuerdo con ellos, pero
tengo que ser sincera, su dieta no termina de convencerme —la desesperación se
empezó a escuchar en su voz—. ¡No quiero esto para mÃ, no quiero ser como
ellos, por favor, tienen que ayudarme! ¡No quiero, no quiero!
Cerró la boca como si la hubieran
golpeado de lleno en la cara. Mierda, mierda, ¡mierda! ¿Y si la familia de su (ex)
amiga y (ex) novio estaban detrás de todo esto? ¿Y si esta era una prueba de
lealtad? HabÃa fallado miserablemente, estaba perdida, ya era comida. La iban a
matar y comer con ensalada rusa, ¡todo por no pensar antes de hablar!
Bueno, ya no le quedaba nada más
que hacer además de gritar a todo pulmón y tratar de dar partas y puñetazos a
diestra y siniestra. Con gran dificultad entre los hombres le volvieron a poner
la mordaza, mientras le pedÃan que se calmara. Pero ella estaba más allá de
todo razonamiento, de verdad no querÃa morir, pero menos querÃa terminar
convirtiéndose en un monstruo que se creÃa superior a los demás por hacer cosas
horribles a las que titulaba de libertad. ¡Como si la humanidad necesitara más
excusas por sus atrocidades! Primero muerta antes que presa de la crueldad.
Y entonces su visión se tiñó de
negro y cayó al vacÃo de la inconcina. Cuando fue arrojada nuevamente a la luz
y recobró sus sentidos, ya no estaba en la camioneta, sino que en su cuarto de
residencia. Cabe destacar que su cuerpo entero le dolÃa y su cabeza palpitaba
despiadadamente. Estaba tendida en su cama, la cortina abierta de par en par
mostrando una hermosa noche estrellada. Con gran dificultad logró sentarse, qué
sueño tan extraño…
—Ya era hora, Bella Durmiente.
La voz grave del chico sentado en
la cama de su amiga la sobresaltó. Soltó un gritito que la avergonzó
instantáneamente, mientras apretaba sus manos sobre su pecho.
—¿¡Qué carajos…?!
—Antes de que empieces a gritar
como desquiciada otra vez: no, no estamos con ellos, estamos contra ellos. ¿Y vos, de qué lado estás?
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