Jane Doe: de tinta y papel

Jane Doe

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¡Bienvenidos! Les explico un poco de qué va el blog: «Diario de una Jane Doe» es el espacio que encontré para dejar salir todo eso que me gusta o lo que no, lo que me molesta o lastima, y lo que amo, los invito a hacer lo mismo en los comentarios. En «Rincón Literario» encontrarán «Recomendaciones» donde recomiendo libros, «Hablemos de…» que es un espacio para charlar sobre temas relacionados a la literatura incluyendo noticias sobre el mundo literario, en «Libro del mes» podemos charlar sobre un libro específico elegido para ese mes; «Conociendo autores» es un lugar para hacer eso exactamente, conocer un poco de los grandes autores detrás de las letras. Bajo el título «De Tinta y Papel» voy a subir unos relatos/cuentos/historias cortas que escribo. Por último, en «Rincón de entretenimiento» tenemos, por un lado, «Series de TV» donde podemos recomendar y hablar de series, y en «K-dramas» hacemos lo mismo que con series pero esta vez de dramas coreanos :) Espero que se queden, ¡y que empiece el viaje!
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viernes, 23 de octubre de 2020

Viene de familia parte 3
octubre 23, 20200 Comments

 











Sin aliento, la joven se puso de pie. A sus pies un creciente charco de sangre fresca teñía de rojo el brillante césped verde. Viento helado sopló, debería haberle molestado, pero a estas alturas ya no sentía nada; el fuego en su interior le impedía sentir nada externo. Alzó la mirada a la infinita oscuridad sobre su cabeza y tomó una profunda respiración cerrando los ojos.


Uno. Dos. Tres.


Los volvió a abrir. Con expresión de piedra agachó la mirada al cuerpo sin vida del último tío que le quedaba con vida a los Lester (la familia de caníbales de su novio y mejor amiga). Ella se había jurado hacerlos pagar pos sus crímenes y por lo que la habían hecho pasar, era hora de cobrárselo. Con la ayuda de los «depuradores» (un grupo de personas encargadas de perseguir y poner fin a los adoradores de Wendigos, criaturas monstruosas que se alimentan de carne humana pero que no existen en la realidad, sin embargo, los integrantes de este culto sueñan con ascender y convertirse en uno de ellos).


—Uno menos —se dijo.


—¿Está hecho? —preguntó Martín acercándose.


Él era uno de los depuradores que la habían «secuestrado» unos meses atrás para explicarle la misión de los depuradores. Ahora era el encargado de supervisarla, ya que era nueva en todo este mundo.


Teresa asintió en respuesta. Él la miró de arriba abajo con una sonrisa burlona y una ceja enarcada. Ella apretó la mandíbula sujetando con más fuerza el cuchillo cubierto en viscosa sangre.


—Mirate, si no sos la novia perfecta.


Llevaba puesto el mismo vestido blanco con el que había conocido a la familia aquél horrible día. Ahora estaba salpicado de sangre por todos lados y su cabello cuidadosamente recogido caía enredado y desordenado alrededor de su cara. Ambos estaban en el enorme patio de los padres de Sean (el novio come humanos). Esa noche se habían reunido para una cena familiar en la que la presentarían oficialmente como nueva integrante de la familia, pero justo antes de que el reloj marcara las doce en punto y fuera hora de comer, los depuradores habían irrumpido en la mansión y habían empezado a cazarlos uno a uno. Ahora quedaban solamente los padres de Sean, él y su prima (y mejor amiga de Teresa). Quién iba a decirlo, tantos años teniendo especial cuidado de no abrirse a las personas equivocadas y terminaba confiando en estos… monstruos.


—Terminemos con el trabajo —respondió a secas sin desperdiciar otra mirada en su dirección.


Cuidadosamente regresó dentro de aquella gigantesca casa antigua. Lo que una vez la había aterrado ahora la aliviaba, la mansión quedaba a las afueras de la ciudad, separada por unos cuantos quilómetros de la casa vecina. Era perfecto para acabar con todos ellos sin que nadie se enterara. Seguramente los depuradores habían tenido bajas en la limpieza (Teresa había visto a unos cuantos desangrándose en el piso), pero seguían superándolos en número. Al menos quedaban quince de los depuradores… y solo cuatro de los Lester.


Los depuradores habían estado investigando a familia hacía meses sin ningún resultado, pero gracias a Teresa habían tenido acceso a su punto de encuentro y pruebas de lo que eran con seguridad. La operación había llevado semanas preparar, era complicado ya que se estarían adentrando en territorio enemigo y eran una familia numerosa; en la cena estaban todos, desde los más jóvenes hasta los más viejos.


Esos habían sido los primeros en ser masacrados, los niños y los abuelos. Ella había sugerido no matar a los niños, podían ayudarlos y educarlos, pero tenía a todos en su contra, «erradicar de raíz» habían dicho. Teresa se había forzado sentir remordimiento mientras los escuchaba llorar y rogar por sus vidas, pero estaría mintiendo si dijera que lo logró. Ella se encargó de terminar con los mayores, a pesar de no sentir remordimiento alguno, no quería, literalmente, la sangre de los niños en sus manos (los viejos no le importaban nada, habían pasado una vida comiendo de su misma especie, se merecían lo que recibían).


Con el cuchillo alzado y la linterna encendida entró por la puerta del fondo, Marín la siguió de cerca. ¡Poca escena!, pensó Teresa al ver los cuerpos mutilados de la familia y depuradores esparcidos sobre el piso de madera. Nada, cero remordimiento o tristeza. Ella solo quería ver correr su sangre… no, ella misma quería hacer correr su sangre. Quería pagar con sus vidas los que le habían hecho, lo que le habían hecho a quién sabe cuántas personas. Estaba cegada por la sed de venganza que corría helada y caliente por sus venas, envenenando su sistema, dejándole un gusto agridulce en la boca. Lo tenía entre ceja y ceja, no se detendría hasta conseguir lo que había venido a buscar.


Avanzaron entre los cuerpos de la mansión a media luz, abrazados por un silencio sepulcral fueron subiendo las escaleras excesivamente anchas y lujosas. Todo estaba demasiado tranquilo, Teresa empezaba a desconfiar hasta que en el primer piso se encontraron con más de los suyos, eran un grupo de cuatro. Intercambiaron indicaciones y mientras unos se quedaban revisando esa planta, otro depurador se les unió a ella y Martín para revisar el tercer piso.


¡Tres pisos! ¿¡Para qué?! ¿¡Por qué?! ¿¡Para qué necesitan tanto?! Pensaba Teresa con incredulidad y disgusto. Podridos en plata para hacer de la suyas. Ella seguía pensando en lo ridículo del exceso cuando el filo de un cuchillo pasó silbando a un costado de su cabeza, enterrándose en la frente del cazador que se les había unido. Con medio cuchillo enterrado en la frente, el cuerpo del cazador golpeó el piso desprovisto de vida. Martín y ella entraron en acción al instante, gritando por ayuda mientras peleaban con los últimos cuatro restantes de la familia.


—¿¡Teresa?! —preguntó Anna con incredulidad—. Pensamos que estabas muerta. ¿¡Estás con ellos?!


Sonaba y se la notaba dolida por las acciones de quien creía era su mejor amiga. Teresa soltó un bufido, ahora era ella la que no podía creerlo.


—¿Qué, de verdad esperabas que formara parte de su club de monstruos?


Anna apretó la mandíbula con fuerza mientras elevaba un cuchillo de carnicero sobre su cabeza. Teresa se paró lista para defenderse de su ataque.


—Bueno, monstruo o no, tengo que defender a mi familia. No lo tomes personal.


Teresa sonrió poseía por el deseo de venganza.


—Lo que queda de ella, querrás decir —dolor e ira contorsionaron los músculos de la cara de su amiga—. Espero no te importe, pero para mí sí es personal.


Rugiendo se lanzó sobre Teresa. Esta no tuvo problemas esquivando el cuchillo, lo que sí fue difícil fue sobreponer la racionalidad sobre los violentos sentimientos que la dominaban. Esos sentimientos que sentía en carne viva la desconcentraron por medio segundo, y medio segundo fue todo lo que Anna necesitó. Un grito de dolor se abrió paso por su garganta mientras todo el aire escapaba precipitadamente de sus pulmones agotados.


—¡NO! —lo escuchó gritar.


El filo del grueso cuchillo le había abierto la carne del antebrazo izquierdo al usarlo para protegerse la cara, sangre brotó instantáneamente a borbotones. Teresa se tambaleó hacia atrás justo cuando él saltaba sobre su prima, apartándola de ella. El cuchillo golpeó el suelo con un ruido metálico.


Siguiendo el movimiento del cuchillo, Teresa se deslizó al piso. Temblando de pies a cabeza palpó el corte, era bastante profundo y alargado. Las lágrimas en sus ojos hacían borrosa su visión, respirando entrecortadamente arrancó un pedazo del vestido y envolvió la herida sangrienta en un apretado torniquete. Tomó el cuchillo con el que la había lastimado y apretando los dientes se apoyó en la pared del corredor a oscuras. Con gran dificultad logró pararse nuevamente.


Sosteniendo fuerte el arma y con piernas de gelatina avanzó hacia ellos dos. Sean sacudía de los hombros a Anna mientras le decía algo que Teresa no lograba comprender (no había salido del todo de esa neblina de estupor violenta). Anna estaba de espaldas a Teresa, pero Sean la vio venir por sobre el hombro de su prima. Ella alzó el cuchillo, él la miró con ojos grandes retrocediendo un paso y llamando así la atención de Anna, que se giró a toda velocidad. Pero ya era demasiado tarde. Teresa movió el brazo hacia atrás y con toda la fuerza y rapidez que pudo guió la cuchilla a su cabeza, enterrándola en el lado izquierdo de su cráneo.


Un segundo entero pasó. Otro segundo. En el tercero las piernas de Anna fallaron y su cuerpo golpeó el caro suelo de madera. Tiesa, pesada, desalmada. Teresa elevó lentamente la mirada a Sean que se alejó otros dos pasos, su cara pálida como muerto y ojos abiertos de par en par. La joven volvió a agachar la mirada al cuerpo, el cuchillo seguía enterrado en su cabeza, sangre goteaba sin prisa desde la herida, tal vez el arma estuviera conteniendo la hemorragia.


Llena de curiosidad y ladeando la cabeza Teresa se agachó a un lado de su víctima y quitó el cuchillo de su cabeza, permitiendo que la sangre explotara en todas direcciones como un volcán en erupción. Sin pestañear y envuelta por sentimientos oscuros y violentos que era incapaz de controlar, y como si de cortar maleza con un machete se tratara, comenzó a blandir el cuchillo una y otra vez en la carne del cuerpo sin vida. En su cara, su cuello, su pecho, hasta que no fue más que un asqueroso pedazo de carne enorme con las entrañas salidas, regadas a su alrededor como flores decorativas.


Sin aliento ni energía, se dejó caer a un costado. A estas alturas los demás ya habían llegado. Dejó el cuchillo a un lado y se limpió la frente con el dorso de la mano, lo que probablemente fue contraproducente ya que tenía las manos cubiertas en viscoso líquido escarlata.


—Son míos —dijo con dureza elevado la mirada a los depuradores que lidiaban con Sean y su padre—. Yo quiero hacerlos pagar —miró al piso donde yacía el cuerpo sin vida de la señora Lester, le habían ganado de mano con esa.


—Prepárenles una de las habitaciones —ordenó la líder de la operación—. Y saquen a los dos sobrevivientes.


Entonces miró a la joven en el piso por primera vez, se sostuvieron la mirada por unos segundos sin decir nada hasta que Teresa se puso de pie, sus ojos fijos en la mujer. Teresa todavía se sentía cansada y tenía la respiración acelerada por el esfuerzo, pero ya estaba en mejor estado, ponía todo de si en ignorar el punzante ardor de su antebrazo.


—Hay que hacerte ver esa herida.


—No es nada. Solo quiero terminar con esto y seguir adelante.


Ella miró al depurador que supervisaba a la asesina novata.


—Te quedás hasta que ella termine con lo suyo. Después nos llamás para hacer la limpieza final.


Este asintió una vez sin decir nada, pero la mirada enfurecida que le envió después de recibir la orden fue suficiente para comunicarle cómo se sentía al respecto. Al final solo dos de las cinco personas secuestradas por la familia habían sobrevivido, una anciana y una muchacha de aproximadamente la edad de Teresa.


No demoraron en tener a ambos, padre e hijo, atados a robustas sillas con reposabrazos en una habitación de la enorme mansión. Ella entró, Martín se quedó del otro lado de la puerta. Sus ojos fueron a Sean y luego al señor Lester.


—Bueno, lamento comunicarles que se les acabó el jueguito —habló ella avanzando lentamente hasta pararse frente a ellos—. Iba a pasar, tarde o temprano, supongo en el fondo lo sabían, ¿no? Además, vos lo pedías silenciosamente a gritos —esto último fue dirigido a su… ¿novio?


Teresa había visto en los ojos de Sean lo mucho que sus… costumbres, por ser considerados, lo atormentaban. No le gustaba lo que hacía, no le gustaba lo que su familia hacía, pero al final, no había podido resistirse al magnetismo de su misma sangre. Al crecer él había tratado de alejarse, pero había terminado volviendo junto a ellos. Y la verdad era que Sean era un cobarde, era demasiado débil como para pararse firme y darles pelea, especialmente a su padre. Ni siquiera era lo suficientemente fuerte para alejarse de ellos… ¿cuántas novias ya habían muerto por su debilidad? No tantas, pero no por ello menos importante. Teresa se había prometido ser la última. Esta era ella, cumpliendo esa promesa.


Los observó con atención. Odiaba a la familia, odiaba lo que le habían hecho a todas sus víctimas, odiaba lo que le habían hecho a ella, odiaba en lo que la habían convertido. Ella estaba aterrada, aterrada de ser un monstruo como ellos, por eso todo esto. Odiaba que la hubieran convertido en una víctima y bestia a la vez. Pero más que nada se odiaba por haber elegido este camino, pero eso era algo que todavía no estaba preparada para admitir. Era más fácil echarles la culpa a ellos, que después de todo, eran los que debían pagar. Agarró un martillo y un paso a la vez, tomándose todo el tiempo del mundo, hizo su camino hacia Sean.


—Al que más odio es a vos —le confesó al señor de la familia desviando la mirada hacia él. Él no contestó y con una mueca de disgusto le sostuvo la mirada, más enfurecido que nunca—. Por eso te voy a dejar para el final. Vas a ver como hasta el último miembro de tu horrorosa familia es mutilado y no vas a poder hacer nada para salvarlos. Nadie los va a salvar… como todas esas personas de las que degustaron —rió—. Bueno, ahora buen provecho para mí.


Y sin previo aviso, golpeó la rodilla del chico con el mazo. Él largó alarido de dolor luego del crujir de su hueso. Sollozando elevó la mirada a la chica que amaba… la chica que amaba pero no lo suficiente.


—Por favor, Teresa…


—¿Te duele? A mí también me dolió.


Y le rompió la otra rodilla. El señor Lester forcejeó mientras largaba una sarta de maldiciones. Ella rió estridentemente genuinamente entretenida con su reacción.


—¿Ahora te da por actuar como un ser humano? —le preguntó—. Demasiado tarde. Acá ya no quedan seres humanos, solo monstruos.


Se giró para buscar algún otro juguete, el martillo ya la había aburrido. ¡Esas! ¡Las pinzas!, gritó una vocecita entusiasmada en su cabeza.


—¡Hora de la manicura! —anunció girándose con una sonrisa de oreja a oreja.


Se encontró fascinada con la facilidad que las uñas se desprendían de la carne, dejando a su paso ese pegajoso líquido sangriento. Después de sacarle las uñas por una, prosiguió a cortar las falanges. Nuevamente, se divirtió cortándole los huesos, tal vez el arma estaba bien afilada, pero no era necesario aplicar tanta fuerza como había imaginado. No se detuvo hasta que sus manos no fueron más que una pelota roja sin dedos.


El creciente charco de sangre en el piso empezaba a intoxicar la habitación con su penetrante olor a óxido. Sean entraba y salía de la inconciencia, lo que molestaba a Teresa, él tenía que sufrir lo máximo posible, ella veía el efecto que eso tenía en su padre. El señor Lester no se preocuparía por los demás humanos, pero aparentemente, y después de todo, sí se preocupaba por su familia, o al menos por su hijo.


Ella observó su obra de arte por un rato, tratando de capturarlo de todos los ángulos. Había algo que le molestaba de todo esto. Sean elevó la cabeza con pesadez, su piel amarillenta recubierta en sudor, el pelo se le pegaba a la frente.


—Supongo que ya no te sirve de mucho lo que te queda de manos, ¿no? —una sarta de maldiciones como respuesta del señor—. No es con vos la cosa —lo calló elevando un dedo en su dirección—. Mi problema es que si te corto lo que te queda de manos, te me morís desangrado y ya no vamos a poder seguir jugando —pensó por un rato mientras él lloraba sin energía—. Pero por este último año juntos, te las corto y terminamos de jugar. Fue un placer conocerte, Sean. Ah, y no te olvides de saludarme cuando nos encontremos en el infierno, bebé —le guiñó un ojo.


Él trató de luchar, pero estaba atrapado y sin fuerzas ya. Ella tomó las tijeras de jardinería y prosiguió a cortarle las manos mientras él gritaba a todo pulmón, ahogándose en agonía. Le sorprendió ver que no se moría tan rápido. Tanto griterío era un deleite para sus oídos, pero le había dicho que sería piadosa, así que enterró las tijeras en el cuello del joven. Sangre la salpicó, entrándole en la boca y ojos. Ella se alejó pestañeando algo confundida. Tragó con dificultad y llevó una mano enrojecida a sus labios, luego observó la sangre en sus dedos. Como si de lápiz labial se tratara probó la sangre en su boca. Con el ceño fruncido observó al señor Lester que la observaba fuera de sí.


—Mmm… Bueno —volvió a la realidad—, vos seguís, corazón de melón.


Al señor Lester no demostró piedad alguna ya que no le generaba ningún sentimiento de compasión. Fue despacio, se tomó su tiempo, lo destrozó de a poco, saboreando cada segundo. Al principio él se negaba a colaborar y dejar salir esos alaridos agónicos que le ponían la piel de gallina y aceleraban su corazón; pero todo hombre tiene su límite. Una vez empezó a gritar, no se detuvo. Era trabajoso tener que parar cada tanto para cuidar de los sangrados y mantenerlo con vida, pero estaba dispuesta a hacerlo con tal de alargar más el momento.


El piso era una resbaladiza trampa carmesí con partes de cuerpos y pedazos de piel y carne esparcidos por doquier. Ella estaba sin aliento y su propia herida no dejaba de sangrar, no le importaba morir, pero todavía no quería hacerlo. Muy a su pesar, tuvo que acabar con el placentero sufrimiento del líder de la familia de caníbales.


Cansada pero energética, así se sentía Teresa. Como quien no quiere la cosa, dejó el pequeño lanzallamas a un lado y fue por el hacha. Ella suspiró pesadamente observando el arma en sus manos.


—Cuando dije que iba por tu cabeza —murmuró—, lo decía en serio.


Elevó la cara hacia el hombre moribundo en la silla. A estas alturas él ya no gritaba para que le perdonara la vida, sino que le gritaba porque terminara con ella de una vez. Sus ojos se tiñeron de miedo y alivio en iguales medidas. Seguro recibiría la muerte de brazos abiertos, pero sabía que dolería.


Ella respiró hondo mientras se acercaba a él, nunca le había cortado la cabeza a nadie, ¿la cortaría en el primer intento? Con toda su fuerza movió el filo de esta, pero se enterró entre su nuca y hombro. Maldijo por lo bajo mientras la desenterraba con algo de dificultad. Volvió a intentarlo, mordiéndose el labio inferior, completamente concentrada en la tarea. Esta vez probó el punto que quería cortar como si se tratara de un juego de golf.


Luego de varios intentos, la cabeza finalmente golpeó el piso y rodó unos cuantos metros hasta chocar contra la pared. Sin aliento y sonriente tiró el arma. Pestañeó unas cuantas veces y llevó una ensangrentada mano a su boca y nariz, oliendo la sangre disimuladamente. Tragó con fuerza, ¿por qué se le hacía agua la boca? ¿No debería molestarle el olor? ¿No debería molestarle toda la escena? Pero ella ya no era un humano normal y aceptable, ahora era un monstruo como ellos, ¿no?


Lentamente introdujo su dedo índice en su boca, saboreando la sangre con ojos cerrados. El ruido de la puerta la sobresaltó. Apartó la mano rápidamente mirando sobre su hombro. Martín asomó la cabeza haciendo una mueca al ver la escena.


—¿Ya terminaste? Me quiero ir a casa.


Ella sonrió en respuesta.


—Ya terminé.



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viernes, 9 de octubre de 2020

Mancha de humedad
octubre 09, 20200 Comments

 


No me tenía que haber tomado esa quinta taza de café, bien lo sabía y ahora pagaba el precio. Estaba tumbada bocarriba en la cama, con todas las luces de la casa apagadas, sin más sonido que el del silencio, sin más compañía que la mía.


Mis ojos iban y venían en la oscuridad perezosamente hasta que finalmente quedaron fijos en el techo, en la mancha del techo que no había notado hasta ese momento. ¿Mis ojos se estaban acostumbrado a la oscuridad o esa mancha era todavía más negra? Pestañeé unas cuantas veces antes de volver a mirarla. ¿Era el cansancio o esa mancha se estaba moviendo? Repentinamente un extraño sonido irritante resonó en todo el cuarto, chillando por lo bajo, como si las mismas paredes lo expulsaran.


Cerré nuevamente los ojos y al volver a abrirlos la mancha ya no estaba. Sin embargo, el misterioso sonido aumentó su volumen, enredado mis pensamientos provocando que una rápida oleada de deja vú golpeara mi cuerpo. Finalmente empezaba a sentirme cansada, con una mueca giré a un lado y tapándome la oreja con la almohada mis párpados se cerraron, caí en la inconsciencia al instante.


A la mañana siguiente me levanté sorprendida de lo descansada que me sentía ya que a pesar de haber dormido profundamente, no habían sido más de cuatro horas. Ojalá todas las noches fueran así, pensé mientras desayunaba. Estaba a punto de salir cuando el timbre sonó. Con la cartera en una mano y la campera en la otra fui a atender.


—Pero yo no pedí nada —volví a insistir, reacia a aceptar el paquete.


—Yo solo hago mi trabajo.


Y de mala gana me tendió la hoja para firmar, a regañadientes lo hice. No me detuve a examinarlo, simplemente lo dejé a un lado de la puerta y me fui a toda velocidad.


El día transcurrió tan aburrido como de costumbre, contaba los segundos para terminar mi turno. Casi grito del alivio al momento de salir. Mientras volvía a casa al final del día, mi teléfono sonó con una llamada, pero cuando lo atendí, cortaron. Odiaba cuando hacían eso. Número bloqueado. Maldiciendo por lo bajo lo volví a guardar.


Al entrar tropecé con algo, prendí la luz y me encontré con el paquete, después de cerrar, me puse a inspeccionarlo. No tenía más información que la mía y decía «de entrega inmediata». Arrugué la nariz al llegarme un vago olor a podrido, ¿habría comida adentro? Lo dejé sobre la mesa de la cocina y con la ayuda de las llaves lo abrí.


No había carta de quién lo enviaba explicando la situación, no es que la necesitara tampoco. El asqueroso olor a descomposición y muerte se intensificó, revolviéndome el estómago. Adentro de la caja no había más que sangre viscosa y el ennegrecido corazón de una yegua pura sangre española.


Un minuto entero pasó antes de que lograra reaccionar. Entonces me aparté a toda velocidad, sujetando las llaves con fuerza y tomando la cartera mientras corría hacia la puerta. Pero era demasiado tarde. Ella ya estaba allí, cerrándome el paso.


—Llevó tiempo encontrarte —dijo con voz monótona y carente de emoción.


Y a mí me había costado trabajo esconderme. Desesperada di media vuelta, capaz pasara por la ventana del cuarto… aunque no tenía esperanzas. No me dieron oportunidad de averiguarlo ya que otras dos mujeres vestidas de negro me cerraron el paso.


—Hay alguien que quiere verte —fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento.



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miércoles, 12 de febrero de 2020

“Desearía, como todo el mundo, ser perfectamente feliz, pero al igual que los demás tiene que ser a mi manera”
febrero 12, 20200 Comments









Las dos jóvenes sentadas una al lado de la otra en aquella mesa redonda se conocían desde antes de nacer, o eso decían sus madres, amigas de toda la vida, justo como sus hijas. Con apenas un mes de diferencia, sus madres prácticamente las criaron como hermanas, a pesar de cada una tener sus propias hermanas bilógicas. La relación entre ambas chicas siempre había llamado la atención a los que las rodeaban, porque, ¿cómo dos criaturas tan diferentes podían llevarse tan bien? Era todo un misterio, para todos menos para las amigas en cuestión.

Ambas eran grandes amantes de la literatura de Jane Austen, y allí, en sus razones para adorar las obras, era donde se reflejaban con total claridad las personalidades de cada una. 
Mientras una amaba los libros de Austen por la fuerza de sus personajes femeninos y el sarcasmo con el que la dama criticaba a la sociedad; la otra los amaba porque sus personajes, sin importar las dificultades que atravesaban, encontraban su final feliz donde el amor siempre triunfa.

—¡Bueno, basta de hablar de facultad y trabajo! —gritó la mayor por un mes.

Su amiga se limitó a asentir con una pequeña sonrisa mientras escuchaba pacientemente la historia que su hermana de la vida le contaba.

—Pero entonces te gusta —concluyó luego de escuchar toda la historia.

La otra soltó un bufido cargado de burla.

—Lo que me gusta es su gigantesca ver… corazón —se apresuró a corregir cuando su hermana mayor iba pasando y la echaba una mirada reprobatoria—. Ese gran, GRAN corazón suyo. Como sea —continuó una vez la costa estuvo libre de amenazas—, me cae bien y todo, pero ya empezó a ponerse pesado con todo ese tema de ser exclusivos y conocer las familias. Así que lo dejé… Claro está, después de una última cog…

—¡Por dios! —irrumpió la hermana que volvía a entrar en su radar.

—… ida de despedida —finalizó poniendo los ojos en blanco.

—¡No saliste más vulgar porque no pudiste!
Su amiga que no emitió palabra alguna simplemente se limitó a agachar su cara sonrojada.

—Pff, lo decís porque soy mujer, porque, ¡cuántas veces escuchaste al Lorenzo decir cualquier barbaridad de las gurisas que pasan por su cama!

—Y cada vez que lo escuchaba, lo retaba por ello.

—Ah, pero, ¿no se supone que cuando digo cosas de ese tipo me salgo con la mía? ¿No es así como la carta del feminismo funciona? —se volteó a su amiga que hizo un leve movimiento de cabeza pero nada más —. Ya vi que funcionara —volviéndose a su hermana de sangre—, muchas mujeres lo hacen… mala mía —agregó al recibir una mirada reprobatoria.

Y le hizo señas con las manos para que las dejara de estorbar y les diera privacidad. De mala gana, lo hizo.

—¿Estás segura de que no te estás enamorando y por eso lo dejás? —retomó la conversación apenas logrando desprenderse de la vergüenza por la irrupción de la hermana de su amiga.

—Estoy segura —y se veía segura—. Lo dejo porque no siento nada, no porque sí lo haga. El amor no es para mí, nunca me enamoré y nunca lo voy a hacer, lo sé, lo siento en mis huesos. Es como si… No, no es como si algo estuviera roto en mi interior porque eso significaría que hay algo malo conmigo, sino más bien es la manera en que estoy hecha, es mi naturaleza. Ese vacío que muchos tienen reservados para el amor romántico en mí es inexistente. Yo amo, amo a mi perra, mi casa, mi cuerpo, la comida, los libros, amo a mis amigos y mi familia, te amo a vos, mi alma gemela, pero no siento la necesidad de enredarme en la persona con la que me acuesto. Sexo y amor van por caminos separados para mí.

Se quedaron en silencio por un rato, cada una pensando en lo diferente que pensaban, y lo diferente que sentían al fin y al cabo.

—Pero él es tan bueno…

—Todo tuyo si lo querés.

—¡No es un objeto, es un ser humano!

—Wow, jamás creí escuchar eso en defensa de un hombre. Que no te moleste demasiado, hacerlos pasar un 2% por lo que nosotras venimos pasando desde milenios no les vendría mal, sería educativo para ellos. ¡Quién iba a pensarlo! Acá estoy, abriendo el camino a la igualdad de cosificación, abriéndoles el camino a nuestros hermanos y hermanas, dando vuelta el juego. ¡Ja!

—Hablar de esa manera no es algo de lo que deberías estar orgullosa —la reprendió con seriedad.

—Tenés razón, tenés razón —lo dijo con sinceridad. Suspiró. Otra larga pausa de silenciosas cavilaciones —. Sabés, a veces, después de aguantar todo el día con la insistencia de la sociedad gritándome y ordenándome que me consiga un hombre de una vez, me pongo a pensar y llego a la conclusión de que todo este asunto sería mucho más sencillo si saliera con mujeres. Los hombres lo complican todo. Mirá nuestra relación, es súper fácil, nos entendemos cuando tenemos que entendernos, incluso con mi hermana, que peleamos por los más estúpidos detalles, al final del día nos entendemos mejor que con Lorenzo, que es mi preferido, ese casanova irremediable. En cuanto a personalidades nos parecemos más él y yo que la loca y yo, pero de todas maneras…

—Entiendo por dónde vas, pero no sé… Por lo general me siento más cómoda estando con mujeres que con hombres. De todas maneras creo que cuando te gusta alguien y recién empiezan a conocerse, sea mujer u hombre, siempre va a haber incomodidad, es con el tiempo que eso se va yendo. Al menos ese es mi caso.

—Ah, no puedo estar de acuerdo o en desacuerdo porque los únicos hombres que alguna vez me pusieron nerviosa fueron los de One Direction cuando tenía quince años.

Su amiga soltó una leve carcajada ante el comentario para luego continuar.

—Igual puede ser que estar con una mujer tenga ese nivel de comodidad que nunca vas a alcanzar con un hombre por el simple hecho de la manera en que nuestros cuerpos están hechos.

—Ah, sí. La menstruación es una verdadera mierda, no entienden la incomodidad, los dolores de cabeza, de tetas, de caderas, ¡de ovarios! Los cambios de humor, la constante necesidad de chocolate que nadie puede justificar, ese grano que cinco segundos atrás no tenías. ¡Ay, la depilación! Me cohíben un poco mis aureolas peludas, capaz son normales, pero me molestan.

—Son normales, ya te dije. Bueno, sino las dos las tenemos anormales porque son como las mías.

—Mmm, ¿querés ser mi novia? —propuso de la nada.

Ambas se miraron por un rato en silencio para luego hacer iguales muecas de disgusto al mismo tiempo. Negaron efusivamente.

—¡Jamás! —acordaron al unísono.

—Entonces es el romance lo que jode las cosas, no el género.

—Mmm, muy a mi pesar, voy a tener que estar de acuerdo con vos.

Las dos amigas lo que tenían de diferentes la tenían de iguales, venían de lugares parecidos, tomaban caminos completamente diferentes, pero allá, cada tanto, cerca de la mitad del camino, siempre lograban encontrarse. La manera en que se complementaban era lo que al final del día, las unía. Una demasiado soñadora, la otra demasiado realista; una demasiado romántica, la otra demasiado distante. Juntas encontraban ese punto medio perfecto indiscutible.

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jueves, 16 de enero de 2020

Viene de familia, Parte 2
enero 16, 20200 Comments
















Ella les sonrió con toda la dulzura y simpatía que carecía, ¡quién iba a creerlo! De ser la peor mentirosa en el mundo a ser la nueva Alison DiLaurentis. Había perfeccionado tanto su nueva máscara que a veces, estando sola, llegaba a confundir quién era y quién pretendía ser.

—Siempre nos invitás para el café —comentó la señora Lester mientas se ponía de pie junto a su siempre malhumorado marido—, esperamos que la próxima invitación sea para un almuerzo.

Por dentro Teresa se petrificó, pero por fuera su estructura era de perfecta serenidad y confianza.

—Soy muy nueva en todo esto, prefiero esperar a su invitación. Ya saben, y por mientras aprender de ustedes y su estilo de vida.

Esto pareció satisfacer a la madre de su novio, pero no a su padre. ¡Qué sorpresa! Pensó para nada sorprendida y hasta un poco molesta.

—Mejor no apresurar las cosas —intervino Sean, pasando un brazo por los hombros de su novia. Su voz seguía temblándole cada vez que los cuatro se encontraban solos en una habitación—. Bastante bien se tomó todo el asunto.

¡Tremendo eufemismo, «bastante bien»! No es todos los días que te enterás que la familia de tu novio y tu mejor amiga son caníbales, que incluso ellos mismos son caníbales y que además te hicieron comer carne humana sin que vos lo supieras y mucho menos sin tu consentimiento… ¡ah!, y que además después de que te enterarás de todo esto, su familia entera te dice: o te nos unís o te comemos. No, se podría decir que «bastante bien» era quedarse bastante corto.

Una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer para sobrevivir, se había convencido Teresa. Durante la primera semana notó que la seguían a todos lados en todo momento, jamás los había visto pero sí los había sentido cada vez que ponía un pie fuera de su residencia.

Al llegar a su casa le había pedido a su novio y mejor amiga un día de espacio para pensar y calmarse. Ese día apagó el teléfono y no salió de las cuatro paredes del cuarto de su residencia. Estaba aterrada, no tenía idea de qué hacer con lo que tenía. Se había dispuesto ir a la comisaría, pero al salir al otro día notó que la seguían por primera vez. Entonces recordó que uno de los tíos de su novio trabajaba en la comisaría, no tenía idea de cuál de todas las comisarías de la ciudad, pero prefería no correr el riesgo. Fue ahí que su paranoia la golpeó, ¿y si eran como una secta? ¿Y si había más como ellos y no se detenía solo en esa familia? ¿Cuántos había en la ciudad, serían los únicos? ¿Cuántos había en el país? ¿Y en el resto del mundo?

Decidió que la mejor manera de proceder por el momento era seguirles la corriente dentro de sus límites. Se reunió con su novio y amiga y les dijo que no abriría la boca, les guardaría el secreto pero que todavía no estaba lista para seguir su dieta. Es más, ella jamás se los contó, pero desde aquél mediodía no había logrado volver a comer ningún tipo de carne… ni siquiera pescado, apenas sí se atrevía a comer vegetales, era como si su apetitos se hubiera extinguido, estaba comiendo notablemente menos y vivía el día entero con náuseas. Su compañera de cuarto se había burlando diciendo que estaba embarazada, pero Teresa sabía bien cuál era la razón por su cambio drástico en la comida… al parecer comer carne humana tiende hacerle eso a uno. Bueno, no a todos aparentemente.

Teresa sabía una cosa, jamás podría vivir como ellos lo hacían, pero tampoco quería morir, y menos ser alimento para estos monstruos repulsivos. Así que, ¿cómo carajos se salía de este lío en que la habían metido? La insistente presión de sus suegros para acompañarlos durante la cena o almuerzo la dejaban en un constante estado de nervios que solo iban en aumento. Estaba lejos llegar a una decisión, no tenía idea de para qué lado salir corriendo. ¿Y era esa siquiera una buena idea?

—Quiero ir de a poco —les respondió lentamente con extrema seriedad—, quiero conocer más sobre su religión. Sean me habló del ritual de iniciación, pero no me dijo mucho del tema —él se tensó—, sé que su religión es algo muy serio e importante para ustedes, así que quiero hacer las cosas bien —cualquier cosa que me gane más tiempo, pensó al borde de la histeria.

Ante estas palabras, los padres parecieron gratamente sorprendidos. Bueno, al menos la señora que pronto abrazó sonriente a la nerviosa chica, mientras que el padre se limitó a fruncir más su ceño, no en desagrado, pero tampoco complacido… eso ya era algo, supuso la chica.

Teresa respiró aliviada una vez los padres se fueron. Con un leve movimiento de hombros se sacudió el brazo de Sean y se alejó con la excusa de recoger los platillos y tazas.

—No te preocupes por ellos —murmuró el chico observándola sin atreverse a acercarse—, no te va a apurar…

—Sí, claro. Convertirme a su secta y cerrar la boca me ganará un poco de tiempo, pero no me sirve de mucho —ella clavó sus ojos en él—. Sin mi consentimiento me obligaste a este estilo de vida, yo no decidí nada, así que ahora es unirme y odiarme por el resto de mi vida o negarme y morirme.

Él tragó con fuerza sin poder sostenerle la mirada.

—Muchas gracias por no darme opciones y por mentirme por meses.

—¿Me odiás? —susurró sin levantar la mirada del piso.

¡Claro que te odio! Gritó en su cabeza, pero eso solo firmaría su sentencia.

—No te odio, pero no esperes que no esté enojada.

—¿Todavía me amás? —esta vez sí elevó su mirada a la de ella.

¿Cómo hacer una mentira de esas proporciones creíble? Demoró un minuto entero antes de contestar.

—Sí, lamentablemente mi amor propio está un asco últimamente.

—Perdón.

Lágrimas de cocodrilo, pensó ella. Lo odiaba, lo odiaba como jamás había odiado a nadie. Justo en ese momento llegó el mensaje de Anna, la prima de Sean, y la que alguna vez había considerado su mejor amiga.

—Tu prima me está esperando. Confío en que podés encargarte de limpiar esto solo.

—Sí, claro.

Se acercó al él con piernas temblorosas y depositó un rápido beso en su mejilla. Con el estómago revuelto se apresuró a tomar sus cosas y salir del apartamento, cada vez que tenía que venir al apartamento y estar a solas en un lugar cerrado como este se le ponía los pelos de punta, pero era algo que tenía que hacer.

Mientras bajaba del ascensor le respondió a su amiga (ahora ex-amiga, pero solo en su cabeza, esas eran cosas que no podía decir en voz alta si quería seguir respirando otro mísero día más) que ya estaba en camino. Había decidido hacer las pocas cuadras hasta el shopping caminando, apenas era media hora. Los minutos le servirían para preparase mentalmente y el aire del exterior la ayudaría a recobrar fuerzas, últimamente pasaba de su novio caníbal a su amiga caníbal, por lo que se aferraba con uñas y dientes a cada segundo de tiempo a solas que podía conseguir. No les podía decir que no, no muy seguido al menos. Era obvio que todo esto solo era otra medida para mantenerla bajo control. Estaba contra la espada y la pared. Lo bueno era que al menos ya no había familiares enfermos siguiéndola, o al menos ya no sentía que la seguían. Esperaba que su sexto sentido estuviera intacto.

Primero sintió una fuerte presión entorno a su brazo que tiró de ella hacia un costado, inmediatamente seguido por una mano que le cubrió la boca, finalmente una tela negra cayó sobre sus ojos. Le pareció que entre dos personas la tomaban de las piernas y torso y la tiraban sobre una superficie dura. El ruido combinado a la paranoia constante en que se encontraba desde hacía semanas llegó a la rápida conclusión de que la habían tirado en una furgoneta y que la secuestraban para asarla a las brasas este domingo. Trató de gritar mientras pataleaba pero ahora había otro pedazo de tela cubriendo su boca.

—Cálmese, señorita —pedía una voz masculina que le recordaba a todos los abuelos del mundo—. No vamos a lastimarla.

—O más bien vamos a lastimarla si no se deja de estupideces —intervino una segunda voz masculina que sonaba a alguien más joven y más grosero también.

Su cuerpo entero temblaba del miedo y la impotencia. Cómo extrañaba esos días en los que su mayor complicación era salvar un maldito examen de facultad. Ahora rogaba desesperada por volver el tiempo atrás, a los días en que no conocía a estas dos desagradables personas que habían cagado su vida por completo.

Sin previo aviso le quitaron la venda de los ojos, pero sus manos y pies estaban atados. Pestañeó unas cuantas veces hasta poder centrar su vista, carajos, su visión estaba cada vez peor, era acostumbrarse a usar lentes o no ver a más de dos metros de distancia… ¡pero por qué mierda me preocupo por eso si no voy a vivir más de allá este día!

—Calmate, solo queremos ayudarte.

Era el dueño de la segunda voz, un chico de unos veinti tantos años, vestido de negro de pies a cabeza. Sus ojos oscuros destilaban desprecio y antipatía hacia la chica, su ceño fuertemente fruncido le recordaba al padre de su novio come humanos. Otra oleada de terror. Jamás lo había visto en su vida, ni a él ni al señor arrodillado a su lado, ¿sería esa entonces una buena noticia? Por el leve parecido entre ambos supuso que sería su abuelo, el abuelo más fuerte del mundo.

A duras penas se alejó lo máximo que pudo de aquellos dos desconocidos. Su mirada iba de uno a otro sin detenerse más de un segundo en cada uno.

—Sabemos de tu… situación —explicó el joven—y estamos dispuestos a ayudarte si nos ayudás a nosotros.

¿Cómo sabían de su situación? ¿Quiénes eran estas personas? ¿Secuestraban para alimentar a los retorcidos familiares de su novio?

—Somos como cazadores… por así decirlo —¡mierda, me cazaron! Soy la vaca, la cena, o almuerzo, vaya uno a saber para cuál estarán de humor—. ¡Che, che! ¡Calmate, calmate! No estamos interesados en humanos normales, racionales y pacíficos, solo vamos atrás de los adoradores de Wendigos.

Teresa se calmó instantáneamente mientras trataba de procesar esta información. ¿De qué hablaba? ¿Si quiera estaba diciendo la verdad? ¿Podía creer en las palabras de estos desconocidos que la habían maniatado y tirado dentro de un vehículo sospechoso? Lo cierto es que su poca confianza en el mundo se había hecho añicos con los sucesos recientes. En estos casos es mejor seguirles la corriente, razonó. Ella y el chico intercambiaron una larga mirada, luego de un rato él alzó sus manos a ambos lados de su cara.

—Te voy a sacar la venda de la boca, pero no grites.

Teresa asintió frenéticamente. Lentamente, con extremo cuidado y ya preparado para sus gritos, él se la quitó. Al notar que se mantenía calmada y en silencio el señor soltó un suspiro de alivio.

—¿Q-qué querés decir con ir atrás y estar interesados? —aunque ya se hacía una buena idea—. ¿Qué significa «Wendigos»? ¿Quiénes son?

—Nosotros nos encargamos de que los mitos y leyenda sigan siendo eso —respondió el señor con extrema seriedad—, fantasía. Hay humanos que creen en ciertos mitos y leyendas urbanas, y por más terribles que sean, intentan «revivir» a las criaturas o hecho de estas historias.

—¿Son reales? —no pudo evitar el preguntar a pesar de su garganta reseca.

Ambos negaron.

—No —volvió a responder el señor—, pero ellos creen que sí —todo esto le daba mala espina a ella. ¿Haría bien en creerles? ¿Tenía otra opción?—y hacen lo que sea por esta creencia suya, por más cruel que sea.

—Los Lester son una de las tantas familias que creen en los Wendigos, los ven como dioses salvadores —continuó el más joven—. Los que vienen a salvar a la humanidad de… bueno, toda humanidad y volvernos a nuestras supuestas raíces, sacando no al animal que tenemos dentro…

—Eso sería incluso mejor que esto —murmuró el otro con pesar.

—… sino que al monstruo que según ellos somos realmente —¿cómo? se preguntó mentalmente—. Los Wendigos son una leyenda antigua, son criaturas que se alimentan de carne humana y existen solo para eso, matar y alimentarse. Se supone que antes de convertirse en semejantes monstruos, eran humanos que pasaban hambre y al no tener alimento, comenzaron a comerse entre ellos, transformándose así en monstruos que comen humanos.

—Esperá, ¿entonces son humanos?

—Siempre fueron humanos… físicamente al menos. Humanos que cometían crímenes monstruosos. Ese solo era un cuento que contaban las personas para evitar dichos crímenes, para diferenciar el mal del bien y mantener la paz en su comunidad.

—Se podría decir que les salió el tiro por la culata —pensó Teresa en voz alta.

—Sí, para otros significó exactamente lo opuesto. Vieron libertad en el horror.

—Ese es el caso de muchos humanos que adoran leyendas y mitos parecidos a estos —continuó el abuelo de Wolverine—. En todos mis años me he encontrado con innumerables casos diferentes —en sus cansados ojos se veía lo hondo que el horror de estos casos había cavado en él—. Hay otros, como el caso de los Lester, que saben bien que jamás existieron dichos monstruos, pero que creen en ellos de otra manera, creen en… su estilo de vida, si se le puede llamar así. Para ellos, los Wendigos son el camino hacia la liberación, saben que no se van a transformar en una bestia con cuernos de apariencia entre animal y humana, sino que el cambio es interno; preo créame cuando le digo, sí existen personas que creen en el cambio físico.

—Me perdí.

—Ellos ya se creen Wendigos —explicó el más joven—. Comen carne humana, comenten estos crímenes atroces, el cambio ya sucedió en ellos, en su interior, está en su forma de ver al mundo, a la sociedad, al bien y al mal, a ellos mismos. Son mejores que el resto de nosotros.

—¿Se creen superiores? —preguntó horrorizada, él asintió en respuesta—. Y es lo que me quieren hacer a mí —una oleada de náuseas sacudió su cuerpo.

—Ellos quieren mejorarte, por así decirlo. Sería como dar un gran salto adelante, serías mejor que la persona normal ya que te convertirías en una especie de diosa, como ellos, que se convirtieron en los dioses a los que adoraban.

—¿Todo eso solo por su dieta del horror?

—Por su forma de pensar. Los humanos somos el mal del mundo, entonces, ¿por qué aparentar lo que no somos? Todos somos monstruos vestidos con disfraces de humanidad. Según ellos, este disfraz solo nos ata, nos ancla, evita que avancemos hacia ser lo que estamos destinados a ser.

—Monstruos —respondió la chica con hilo de voz.

—Precisamente.

—Casi estoy de acuerdo con ellos, pero tengo que ser sincera, su dieta no termina de convencerme —la desesperación se empezó a escuchar en su voz—. ¡No quiero esto para mí, no quiero ser como ellos, por favor, tienen que ayudarme! ¡No quiero, no quiero!

Cerró la boca como si la hubieran golpeado de lleno en la cara. Mierda, mierda, ¡mierda! ¿Y si la familia de su (ex) amiga y (ex) novio estaban detrás de todo esto? ¿Y si esta era una prueba de lealtad? Había fallado miserablemente, estaba perdida, ya era comida. La iban a matar y comer con ensalada rusa, ¡todo por no pensar antes de hablar!

Bueno, ya no le quedaba nada más que hacer además de gritar a todo pulmón y tratar de dar partas y puñetazos a diestra y siniestra. Con gran dificultad entre los hombres le volvieron a poner la mordaza, mientras le pedían que se calmara. Pero ella estaba más allá de todo razonamiento, de verdad no quería morir, pero menos quería terminar convirtiéndose en un monstruo que se creía superior a los demás por hacer cosas horribles a las que titulaba de libertad. ¡Como si la humanidad necesitara más excusas por sus atrocidades! Primero muerta antes que presa de la crueldad.

Y entonces su visión se tiñó de negro y cayó al vacío de la inconcina. Cuando fue arrojada nuevamente a la luz y recobró sus sentidos, ya no estaba en la camioneta, sino que en su cuarto de residencia. Cabe destacar que su cuerpo entero le dolía y su cabeza palpitaba despiadadamente. Estaba tendida en su cama, la cortina abierta de par en par mostrando una hermosa noche estrellada. Con gran dificultad logró sentarse, qué sueño tan extraño…

—Ya era hora, Bella Durmiente.

La voz grave del chico sentado en la cama de su amiga la sobresaltó. Soltó un gritito que la avergonzó instantáneamente, mientras apretaba sus manos sobre su pecho.

—¿¡Qué carajos…?!

—Antes de que empieces a gritar como desquiciada otra vez: no, no estamos con ellos, estamos contra ellos. ¿Y vos, de qué lado estás?

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