Las
dos jóvenes sentadas una al lado de la otra en aquella mesa redonda se conocían
desde antes de nacer, o eso decían sus madres, amigas de toda la vida, justo
como sus hijas. Con apenas un mes de diferencia, sus madres prácticamente las
criaron como hermanas, a pesar de cada una tener sus propias hermanas
bilógicas. La relación entre ambas chicas siempre había llamado la atención a
los que las rodeaban, porque, ¿cómo dos criaturas tan diferentes podían
llevarse tan bien? Era todo un misterio, para todos menos para las amigas en
cuestión.
Ambas
eran grandes amantes de la literatura de Jane
Austen, y allí, en sus razones para adorar las obras, era donde se
reflejaban con total claridad las personalidades de cada una.
Mientras una
amaba los libros de Austen por la
fuerza de sus personajes femeninos y el sarcasmo con el que la dama criticaba a
la sociedad; la otra los amaba porque sus personajes, sin importar las
dificultades que atravesaban, encontraban su final feliz donde el amor siempre triunfa.
—¡Bueno,
basta de hablar de facultad y trabajo! —gritó la mayor por un mes.
Su
amiga se limitó a asentir con una pequeña sonrisa mientras escuchaba
pacientemente la historia que su hermana de la vida le contaba.
—Pero
entonces te gusta —concluyó luego de escuchar toda la historia.
La
otra soltó un bufido cargado de burla.
—Lo
que me gusta es su gigantesca ver… corazón —se apresuró a corregir cuando su
hermana mayor iba pasando y la echaba una mirada reprobatoria—. Ese gran, GRAN
corazón suyo. Como sea —continuó una vez la costa estuvo libre de amenazas—, me
cae bien y todo, pero ya empezó a ponerse pesado con todo ese tema de ser exclusivos
y conocer las familias. Así que lo dejé… Claro está, después de una última cog…
—¡Por
dios! —irrumpió la hermana que volvía a entrar en su radar.
—…
ida de despedida —finalizó poniendo los ojos en blanco.
—¡No
saliste más vulgar porque no pudiste!
Su
amiga que no emitió palabra alguna simplemente se limitó a agachar su cara
sonrojada.
—Pff,
lo decís porque soy mujer, porque, ¡cuántas veces escuchaste al Lorenzo decir
cualquier barbaridad de las gurisas que pasan por su cama!
—Y
cada vez que lo escuchaba, lo retaba por ello.
—Ah,
pero, ¿no se supone que cuando digo cosas de ese tipo me salgo con la mía? ¿No
es así como la carta del feminismo funciona? —se volteó a su amiga que hizo un
leve movimiento de cabeza pero nada más —. Ya vi que funcionara —volviéndose a
su hermana de sangre—, muchas mujeres lo hacen… mala mía —agregó al recibir una
mirada reprobatoria.
Y
le hizo señas con las manos para que las dejara de estorbar y les diera
privacidad. De mala gana, lo hizo.
—¿Estás
segura de que no te estás enamorando y por eso lo dejás? —retomó la
conversación apenas logrando desprenderse de la vergüenza por la irrupción de
la hermana de su amiga.
—Estoy
segura —y se veía segura—. Lo dejo porque no siento nada, no porque sí lo haga.
El amor no es para mí, nunca me enamoré y nunca lo voy a hacer, lo sé, lo
siento en mis huesos. Es como si… No, no es como si algo estuviera roto en mi
interior porque eso significaría que hay algo malo conmigo, sino más bien es la
manera en que estoy hecha, es mi naturaleza. Ese vacío que muchos tienen
reservados para el amor romántico en mí es inexistente. Yo amo, amo a mi perra,
mi casa, mi cuerpo, la comida, los libros, amo a mis amigos y mi familia, te
amo a vos, mi alma gemela, pero no siento la necesidad de enredarme en la
persona con la que me acuesto. Sexo y amor van por caminos separados para mí.
Se
quedaron en silencio por un rato, cada una pensando en lo diferente que
pensaban, y lo diferente que sentían al fin y al cabo.
—Pero
él es tan bueno…
—Todo
tuyo si lo querés.
—¡No
es un objeto, es un ser humano!
—Wow,
jamás creí escuchar eso en defensa de un hombre. Que no te moleste demasiado,
hacerlos pasar un 2% por lo que nosotras venimos pasando desde milenios no les
vendría mal, sería educativo para ellos. ¡Quién iba a pensarlo! Acá estoy,
abriendo el camino a la igualdad de cosificación, abriéndoles el camino a
nuestros hermanos y hermanas, dando vuelta el juego. ¡Ja!
—Hablar
de esa manera no es algo de lo que deberías estar orgullosa —la reprendió con
seriedad.
—Tenés
razón, tenés razón —lo dijo con sinceridad. Suspiró. Otra larga pausa de
silenciosas cavilaciones —. Sabés, a veces, después de aguantar todo el día con
la insistencia de la sociedad gritándome y ordenándome que me consiga un hombre
de una vez, me pongo a pensar y llego a la conclusión de que todo este asunto
sería mucho más sencillo si saliera con mujeres. Los hombres lo complican todo.
Mirá nuestra relación, es súper fácil, nos entendemos cuando tenemos que
entendernos, incluso con mi hermana, que peleamos por los más estúpidos
detalles, al final del día nos entendemos mejor que con Lorenzo, que es mi
preferido, ese casanova irremediable. En cuanto a personalidades nos parecemos
más él y yo que la loca y yo, pero de todas maneras…
—Entiendo
por dónde vas, pero no sé… Por lo general me siento más cómoda estando con
mujeres que con hombres. De todas maneras creo que cuando te gusta alguien y
recién empiezan a conocerse, sea mujer u hombre, siempre va a haber
incomodidad, es con el tiempo que eso se va yendo. Al menos ese es mi caso.
—Ah,
no puedo estar de acuerdo o en desacuerdo porque los únicos hombres que alguna
vez me pusieron nerviosa fueron los de One
Direction cuando tenía quince años.
Su
amiga soltó una leve carcajada ante el comentario para luego continuar.
—Igual
puede ser que estar con una mujer tenga ese nivel de comodidad que nunca vas a
alcanzar con un hombre por el simple hecho de la manera en que nuestros cuerpos
están hechos.
—Ah,
sí. La menstruación es una verdadera mierda, no entienden la incomodidad, los
dolores de cabeza, de tetas, de caderas, ¡de ovarios! Los cambios de humor, la
constante necesidad de chocolate que nadie puede justificar, ese grano que
cinco segundos atrás no tenías. ¡Ay, la depilación! Me cohíben un poco mis
aureolas peludas, capaz son normales, pero me molestan.
—Son
normales, ya te dije. Bueno, sino las dos las tenemos anormales porque son como
las mías.
—Mmm,
¿querés ser mi novia? —propuso de la nada.
Ambas
se miraron por un rato en silencio para luego hacer iguales muecas de disgusto
al mismo tiempo. Negaron efusivamente.
—¡Jamás!
—acordaron al unísono.
—Entonces
es el romance lo que jode las cosas, no el género.
—Mmm,
muy a mi pesar, voy a tener que estar de acuerdo con vos.
Las
dos amigas lo que tenían de diferentes la tenían de iguales, venían de lugares
parecidos, tomaban caminos completamente diferentes, pero allá, cada tanto,
cerca de la mitad del camino, siempre lograban encontrarse. La manera en que se
complementaban era lo que al final del día, las unía. Una demasiado soñadora,
la otra demasiado realista; una demasiado romántica, la otra demasiado
distante. Juntas encontraban ese punto medio perfecto indiscutible.
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