Querida
máscara,
Hay
veces que necesitamos tocar fondo para darnos cuenta de nuestra realidad.
Puede
que esté siendo bastante dramática en este momento (ok, lo estoy), pero no lo
hace menos cierto.
Ya
hablé mil y un millón de veces sobre no encajar bien en esta sociedad, de odiar
la música que normalmente se escucha y esas cosas. Bueno, a pesar de odiar la
música, siempre quise salir a bailar, divertirme, a veces emborracharme, y
hasta salir con algún desconocido.
Lo
hice, hice esas cosas. Pero en algún momento (no sé bien cuándo) esa «novedad»
dejó de ser novedad para transformarse en «máscara». Y sé bien el momento en
que me di cuenta de que las fiestas ya no eran para mí, pero seguí luchando
contra el malestar y seguí saliendo; algunas veces lo hacía por mis amigas,
otras por mi propia estupidez.
A
ver, volvamos al punto de por qué salía. Para divertirme. ¿Divertirme cómo?
Bailando. ¿Y bailando qué? Música que odio. Lo que equivale a odiar la noche en
general, pero más importante, a odiarme a mí misma por hacerlo.
Me
di cuenta que toqué fondo cuando descubrí que sin el alcohol no podía hacer más
llevadera la cosa. Y ese JAMÁS fue el punto. ¿Recurrir al alcohol para
divertirme? Patético, totalmente patético.
Toqué
fondo cuando salí a bailar sin haber tomado alcohol y estar pensando
constantemente: «preferiría estar muerta que seguir aguantando otro segundo de
esta tortura». Dramática o no, la verdad de esos pensamientos me abrumó
sobremanera.
¿Cuándo
me convertí en esta otra versión de mí tan tóxica? Dejando de lado quién soy
para encajar en un lugar en donde ni siquiera me interesa encajar en primer
lugar. ¡De locos!
Toqué
fondo cuando me divertí más (MUCHO MÁS) estando fuera del baile y hablando con
personas que no conocía, dándome la oportunidad de conocer gente diferente a mí
(completamente diferente a mí) y disfrutando de su compañía.
Mi
yo de 16 años estaría decepcionada de mi yo de 21.
Como
sea, después de debatirme por unas horas si tirarme por un precipicio o irme a
dormir, me decidí por lo segundo. Excelente decisión si me preguntan… o casi.
Me
fui antes de tiempo, por lo que, obviamente, las personas con las que
había ido se quedaron. Dejé mi cartera con ellas y saqué solo la plata y el
celular. ¡Idiota, te olvidaste de las llaves! Tuve que volver y vomitar
una fortuna en el taxi, pero al menos llegué sana y salvo a casa, con las
llaves y unas horas extra para dormir antes de ponerme a estudiar para los
parciales.
Esa
noche fue reveladora. Porque a pesar de haber sido la peor noche de mi vida (y
creeme, eso es decir MUCHO), también fue la mejor. Siempre hay que sacar lo
máximo posible de las experiencias, ya sean malas o buenas, siempre se puede
aprender. Y aprender siempre es algo positivo.
Mi
punto es: ¿por qué mierda hacemos cosas que odiamos? Yo no encajo en los
bailes, pero sí encajo en otros lugares, como una librería. Todos tenemos
nuestro lugar (a veces incluso más de uno), ¿por qué desperdiciar tiempo en uno
al que no pertenecemos, y que de pertenecer, nos odiaríamos por ello? Lo que me
lleva a: pero si lo odiáramos, entonces, ¿realmente perteneceríamos a él? Lo
dudo.
Como
sea. Ya no voy a ir a bailes donde pongan esa mierda que ellos llaman «música».
Ayer volví a mirar Mamma Mia (1 y 2), y cada vez que sale Dancing
Queen siento esas ganas desesperadas de decir: «ay, sí, me re identifico
con la letra». Y no lo hago. Pero también está esa parte de la canción que
dice: «Looking out for a place to go. Where they play the right music.
Getting in the swing». Y
decidí que voy a buscar ese lugar donde toquen la música adecuada, hay
lugares donde pasan la música que me gusta, así que, ¡adiós máscara y hola yo!
(imaginame tirándote a la mierda mientras salgo bailando como en la
escena de la peli).
Así
que, ¡hasta nunca estúpida máscara!
Atte., Jane.
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