Hotel de Almas Perdidas - Jane Doe

Jane Doe

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¡Bienvenidos! Les explico un poco de qué va el blog: «Diario de una Jane Doe» es el espacio que encontré para dejar salir todo eso que me gusta o lo que no, lo que me molesta o lastima, y lo que amo, los invito a hacer lo mismo en los comentarios. En «Rincón Literario» encontrarán «Recomendaciones» donde recomiendo libros, «Hablemos de…» que es un espacio para charlar sobre temas relacionados a la literatura incluyendo noticias sobre el mundo literario, en «Libro del mes» podemos charlar sobre un libro específico elegido para ese mes; «Conociendo autores» es un lugar para hacer eso exactamente, conocer un poco de los grandes autores detrás de las letras. Bajo el título «De Tinta y Papel» voy a subir unos relatos/cuentos/historias cortas que escribo. Por último, en «Rincón de entretenimiento» tenemos, por un lado, «Series de TV» donde podemos recomendar y hablar de series, y en «K-dramas» hacemos lo mismo que con series pero esta vez de dramas coreanos :) Espero que se queden, ¡y que empiece el viaje!

viernes, 26 de febrero de 2021

Hotel de Almas Perdidas

 









El cielo era una deslumbrante mezcla de violeta, naranja y celeste. El sol se ponía al frente en el horizonte. No había más sonido que el del viento y los neumáticos sobre la interminable carretera desierta. El tiempo pasaba lentamente mientras el cielo iba oscureciéndose sin prisa. Era una cálida tardecita de finales de primavera. Él soltó un suspiro, dejando ir toda la nicotina contenida en sus pulmones del cigarrillo entre sus dedos. Sus ojos se perdieron en el baile del humo que se fundió rápidamente con el aire nocturno al salir por la ventanilla abierta del auto en movimiento.


Primero fue el sonido estridente de la bocina, luego fueron las cegadoras luces del camión. A toda velocidad volvió el auto a su carril y con el corazón acelerado se estacionó a un lado de la desolada carretera. En algún momento entre observar el humo se había quedado dormido. Había estado viajado por más de ocho horas, necesitaba descansar, pero también debía llegar a tiempo a su casa, su familia esperaba por él para comenzar la celebración.


Todavía sin aliento y temblando del susto se propuso descansar en la próxima estación de servicio, al menos una media hora. Una vez logró calmarse, volvió a poner el automóvil en marcha y retomó su camino. No habría pasado más de veinte minutos cuando las brillantes luces se reflejaron contra el cielo que comenzaba a poblarse de estrellas. Un hotel con el letrero de vacante iluminado. Lo cierto era que estaba agotado, una noche entonces, era preferible perderse una noche de avanzar que arriesgarse a tener un accidente, la próxima probablemente no tendría tanta suerte.


Por lo que se metió en la entrada y estacionó el auto en el pequeño estacionamiento de tierra a un costado del edificio. Parecía antiguo y algo venido abajo, solo esperaba que eso significara que tenían precio accesible; odiaba malgastar plata. Con los lentes de sol asegurados en la cabeza y la campera de cuero sujeta sobre su hombro, se bajó del auto y caminó despreocupadamente hacia la entrada.


Lo que encontró dentro lo sorprendió tanto que por casi un minuto no pudo hacer otra cosa más que detenerse y observar el lujo a su alrededor con ojos como platos y la mandíbula por el piso. Una enorme araña de cristales colgaba en el medio de la gigantesca recepción, el techo era un enorme espejo reluciente, los muebles eran de madera oscura tallada a mano y el piso era de un blanco reluciente. ¿Cómo podía ser así por dentro cuando se veía tan mal desde afuera? Parecía haber entrado a una realidad alternativa, a otro mundo.


Carajos, pensó todavía sorprendido, esto me va a salir caro.


—Bienvenido al Hotel de Almas Perdidas —saludó la recepcionista.


Él llevó su atención a aquella hermosa mujer parada a unos metros de él con una hermosa sonrisa para regalarle. Él se aclaró la garganta devolviéndole la sonrisa.


—Buenas noches —una pausa mientras se debatía entre si comentar o no sobre el nombre del establecimiento—. ¿Hotel de Almas Perdidas?


La sonrisa de la recepcionista se ensanchó mientras asentía una vez.


—Tenemos muchas habitaciones disponibles. ¿Es para uno?


—Sí, para uno. No… no sabía que el hotel era así. De afuera parecía diferente.


Sin perder la sonrisa ella respondió.


—Sígame —y se dio la vuelta avanzando hacia el fondo donde se encontraba el área de recepción.


Inseguro la siguió. ¿Y si no podía pagarlo? Con nerviosismo se rascó la cabeza.


—Escuche, ¿cuánto es la tarifa por noche? No esperaba que fuera así…


—No se preocupe por eso —ella seguía sin perder la sonrisa—. Le aseguro que no tendrá problema con el pago. Somos muy accesibles. ¿Por cuánto tiempo piensa quedarse?


—Una noche, solo una noche.


Ella asintió, escribiendo algo en un enorme cuaderno de registro. Los ojos del joven fueron de la atractiva recepcionista al techo, donde vio su propio reflejo, había tenido la impresión de estar algo más pálido de lo normal, pero serían todas esas brillantes luces blancas esparcidas por todo el lugar.


—Por acá —le indicó ella con un movimiento de manos.


Él se sobresaltó, ya que no la había visto o escuchado acercarse. Algo confundido y avergonzado asintió en respuesta. Pestañeando unas cuantas veces la siguió hasta el asesor dorado que relucía como oro. Subieron hasta el quinto piso… ¿Quinto piso? Se preguntó él, no recordaba haber visto más de tres pisos desde afuera… pero tampoco había prestado mucha atención, estaba demasiado cansado para haber notado cosas como esas. Luego de bajar de la caja dorada, avanzaron por un extenso pasillo decorado con una costosa alfombra roja, cuadros inquietantes que retrataban diferentes tipos de muertes (desde enfermedades a asesinatos), candelabros antiguos y, nuevamente, espejos en el techo.


Ella se detuvo repentinamente frente a la habitación número 500, el joven estuvo a punto de chocar contra ella ya que su atención viajaba de cuadro a cuadro. Luego de abrir la puerta le indicó que entrara, tendiéndole una gran y antigua llave dorada. Se puso a su disposición para lo que necesite y le contó sobre la piscina y servicio a la habitación. Luego de agradecerle él entra. Algo extraño sucedía… ya no se sentía cansado. Fue al baño, se dio una ducha y se preparó para dormir, pero no tuvo suerte. Estuvo dando vueltas en la cama de dos plazas por una hora sin conseguir lo que había venido en primer lugar. Algo molesto se levantó de la cama, entonces recayó en la ropa y toallas para nadar descansando en una salilla en un rincón de la habitación. Extrañado fue por ellos y luego de cambiarse salió, tal vez nadar lo cansara nuevamente y podría descansar antes de volver a la carretera.


De camino a su destino no se encontró con nadie más. En la piscina solo estaban él y una familia compuesta por los padres, su hija de no más de diez años y su hijo de no más de tres. El lugar era lo suficientemente grande para que ellos no lo molestaran con su presencia. Respirando hondo elevó la mirada al techo de cristal y observó el oscurecido cielo estrellado.


¿Qué hora será?, se preguntó. No pueden ser más de las diez de la noche, concluyó luego de calcular a la ligera el tiempo que había pasado desde que el sol se había puesto y desde que había llegado al hotel. Nadó por un rato y luego decidió tomar un descanso (más por costumbre que por necesidad real), se sentó en una de las reposeras a un lado de la piscina y cerró los ojos, seguía sin sentirse cansado.


—Disculpe —la dulce y melódica voz de la recepcionista lo obligó a abrir los ojos enseguida—. Aquí tiene —indicó ofreciéndole una copa de champaña con una cálida sonrisa.


—Pero yo no ordené…


—Es cortesía del hotel.


Él agradeció y tomó la copa. Ella asintió una vez y dejando la hielera con la botella a un lado de la reposera, se fue. Este lugar era extraño, en un buen sentido, bebida gratis, lujoso, y todo por un precio… por un precio… ¿cuánto había pagado? No lo recordaba. Se encogió de hombros tomando la bebida burbujeante. Si ya estaba acá, mejor no preocuparse por esas nimiedades. Una vez terminó de beberse toda la botella, finalmente se sentía lo suficientemente cansado como para tratar de dormir.


Al ponerse de pie, la familia que alegremente charlaba en el otro extremo de la piscina, dejó de hablar al instante. Él los miró inconscientemente, los cuatro lo observaban con caras inexpresivas y sin pestañear, sin mover un músculo siquiera. Raros, pensó él.


—Buenas noches —se despidió sin poder ocultar su incomodidad.


No obtuvo respuesta. Asintió una vez a modo de despedida y se fue, mirándolos sobre su hombro cada tanto, ellos seguían en esas mismas posiciones estáticas. Rascándose la cabeza entró a la recepción. Y allí estaba la muchacha, de pie, con las manos juntas delante y con esa sonrisa que parecía pegada a la cara. Él movió su cabeza a modo de saludo, por más imposible que pareciera, su sonrisa se ensanchó, no pestañeaba y tampoco dijo palabra alguna. Ahora lo repensaba, este lugar era extraño sí… pero también lo eran las personas de allí, y tal vez no en el mejor sentido de la palabra.


En el corredor volvía a no haber absolutamente un alma aparte de la suya. El silencio era ensordecedor y le ponía los pelos de punta. Esos cuadros con personas pintadas en ellos, los ojos de esas personas parecían seguirlo a medida que avanzaba, se sentía observado. Tragando con dificultad y solo mirando al frente se apresuró hacia la puerta de su habitación. Mientras abría la puerta elevó la cabeza al techo, su reflejo le mostró que estaba en todavía peor estado que antes, ojeroso y más pálido, ¿por qué parecía haber perdido tanto peso? Perturbado y decidido a ignorar lo que lo rodeaba, se fue derecho a la cama. El cansancio, se convenció, era la falta de sueño lo que lo hacía ver cosas que no estaban allí. Apenas su cabeza tocó la almohada, sus ojos se cerraron, sumergiéndolo en la inconciencia.


Un extraño sueño de luces dolorosamente brillantes y sonidos estridentes lo despertó violentamente a la mañana siguiente. Con la cabeza dándole vueltas y un punzante dolor en las sienes se sentó en la excesivamente ancha cama de hotel. Pestañeó unas cuantas veces mientras sostenía su cabeza, haciendo una mueca escondió la cara entre sus manos. Esperó un rato hasta que el dolor se hizo más tolerable pero no menos persistente.


Decidió que lo mejor era empezar el día con una ducha, quería estar listo para retomar el camino de una vez y llegar a su familia cuanto antes. Una vez estuvo listo, se puso la campera de cuerpo negra y abrió la puerta de su habitación. Soltó una maldición al instante, retrocediendo un paso por el susto.


—Perdón si lo asusté —se disculpó la recepcionista con esa sonrisa que empezaba a ponerle los pelos de punta.


¿¡Qué carajos hacía del otro lado de la puerta?! Ya se estaba yendo, él creía todavía estar a tiempo. ¿Cuál era su hora de salida? No lo recordaba. Un pensamiento de remordimiento y vergüenza pasó por su cabeza, tal vez él se había atrasado, después de todo.


—¿Estoy muy tarde para la salida? —preguntó.


Ella negó sin perder la sonrisa con sus penetrantes ojos oscuros clavados en él.


—¿Para su salida? —le preguntó ella con voz contrariada pero expresión de perpetua bienvenida.


—Sí —dijo él, ¿sino por qué más estaría ella allí?—. Me quedaba solo por una noche, ya me tengo que ir.


Por primera vez la cara de la recepcionista demostró otra emoción. Su ceño se frunció y sus ojos escarbaron en él por una respuesta lógica.


—Usted no se puede ir.


—¿Cómo?


—Que ya está ingresado al hotel, no puede irse ahora.


Él no supo qué contestar por unos interminables segundos. Finalmente soltó todo el aire contenido en los pulmones haciéndola a un lado y saliendo de su habitación. Ella lo observó ladeando la cabeza.


—Bueno, fue un placer. Ya me voy.


—No se puede ir —contradijo ella.


El joven comenzó a retroceder temeroso de darle la espalda a aquella extraña mujer que ahora le ponía los pelos de punta. Fue avanzando por el pasillo hasta el ascensor, ella lo seguía confundida y sin intenciones de alcanzarlo.


—No hay salida para usted —le dijo con tenebrosa voz musical—. Una vez ingresa al hotel, no podrá salir. Son las reglas.


—No se acerque más —le advirtió alzando una mano mientras entraba a la jaula dorada—. No entiendo qué está pasando, pero esto no es gracioso.


—No es gracioso —aceptó ella con un asentimiento de cabeza.


Las puertas se cerraron y él apretó el botón de la recepción. Salió caminando apresuradamente, allí se encontró con la familia de la noche anterior. Los cuatro estaban estáticos en el centro de esta, sin decir absolutamente nada y siguiéndolo con la mirada. Él trató de ignorarlos y avanzó hacia las puertas de salida. Se detuvo en seco. Allí no había puertas de salida. El lugar por el que había entrado había desaparecido, en su lugar había ahora una gigantesca pared de color crema. Sin aliento y confundido se detuvo a observar el muro frente a él. ¿Qué estaba pasando?


Lentamente se dio la vuelta, observando todo a su alrededor con creciente desesperación. Las luces parpadearon, en el brillo, el hotel se veía igual que cuando había ingresado, pero en la oscuridad… una sombra fría recubría la superficie, cambiando todo. Polvo de décadas cubría cada superficie, telarañas colgaban por doquier, muebles rotos, viejos y descoloridos. Él pestañeó, creyendo que era producto de su imaginación, las luces parpadearon una última vez para encenderse definitivamente, ocultando esa extraña visión del hotel abandonado.


La familia seguía allí, estática, observándolo con caras vacantes y ojos desprovistos de vida. Entonces las puertas del ascensor se abrieron y la recepcionista salió. Confundido y aterrado, se lanzó a correr por su vida. Se metió por un corredor a la derecha de la recepción, desesperado por escapar de aquellos extraños desconocidos. ¿Qué era este lugar? ¿Qué estaba pasando?


Miró sobre su hombro y no vio a nadie siguiéndolo, por ahora al menos. Al ver el interminable pasillo con miles de puertas decidió que lo mejor sería meterse en una de las puertas y encontrar una ventana por la cual escapar, después de todo, ¿por cuánto tiempo podía estar corriendo por el pasillo infinito hasta que lo alcanzaran? Sin pensarlo dos veces se metió a una de las tantas puertas a la derecha del pasillo.


Una oscuridad abrumadora lo devoró, escupiéndolo dentro de un brillo cegador. Entrecerrando los ojos con ambas manos frente a los ojos hizo su camino fuera de esa luz blanca hasta que logró salir de ella. De alguna manera estaba fuera. El sol acababa de ponerse en el horizonte, la alargada carretera ruidosa y atestada de luces rojas y azules. Poco a poco se fue acercando a las ambulancias y autos de policía. Un grupo de gente esparcido alrededor de la escena de un accidente.


Nadie parecía verlo allí, haciéndose camino entre ellos, hacia aquellos metales retorcidos. Un camión. Un auto. El auto parecía haberse salido de su carril, colisionando contra el camión, no quedaba de él más que metales retorcidos. El conductor, o más bien, lo que quedaba de su cuerpo, era una masa deforme de sangre y vísceras. Algunos detectives evitaban mirar el desastre y los pocos valientes que lo hacía, apartaban la mirada con una mano sobre la boca y cara de horror.


Los recuerdos lo golpearon sin piedad. Quitándole la respiración y empeorando mil veces más el dolor de cabeza. Ahora lo entendía todo. Ahora lo recordaba todo. La bocina, las gigantescas luces de frente de las que no pudo escapar, el impacto, el estridente sonido metálico, el agónico dolor de no más de dos segundos seguidos de la nada misma. Luego la pérdida de esos recuerdos, la carretera tranquila, el «casi accidente», y el hotel.


Abriendo la puerta salió al pasillo atestado de almas. Miró alrededor. ¿Todos sabían ya cuál era su situación o creerían que estaban de vacaciones? Al observarlos mientras hacía su camino de regreso a la recepción notó que había de todo un poco, desde aquellos que deambulaban con caras carentes de vida a aquellos que alegremente iban y venían por el lujoso hotel.


Una vez llegó a la entrada, vio a la familia alegremente pasar con los niños que corrían riendo en dirección al patio, donde se encontraba la piscina. La recepcionista lo esperaba con una cálida sonrisa. Él se detuvo frente a ella y elevó la mirada al techo espejado. Por una fracción de segundo su reflejo no fue más que el de un cadáver terriblemente mutilado, ensangrentado, con huesos expuestos y entrañas salidas, pero entonces pestañeó y volvía a ser él.


¿Cuánto tiempo habría pasado desde el accidente? ¿Cuánto tiempo habría pasado desde su…?


—¿Algún problema, señor? —le preguntó ella atrayendo nuevamente su atención.


Él negó con el ceño fruncido.


—Todo en orden —aseguró.

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